jueves, 10 de noviembre de 2011

No desearás el puesto de tu prójimo.



En la cabeza de Amparo no hay más idea que la del suicidio. Sale del edificio que alberga las oficinas de una gran firma de cosmética con la determinación de quitarse la vida. Ofuscada por la amenaza de despido y ante la expectativa de ser una más en la lista del paro de este país, piensa que no vale la pena continuar. Su inestabilidad emocional aumenta sobremanera ante la noticia añadida, y recientísima, de que su esposo la abandona por otra mujer.
Cuando alcanza la calle camina un largo trecho, va como ausente, sumida en un amargo resquemor y ni siquiera es consciente de la dirección que toman sus pasos. Se ha alejado del centro de la urbe y camina por el arcén de una avenida muy transitada por vehículos.
En uno de ellos va Matilde al volante; la mirada al frente y en total concentración. Esa actitud en la conducción le sirve de mucho ya que no tiene más tiempo  que para clavar los frenos a fondo y evitar atropellar a la mujer que en ese momento, y por arte de magia, ha aparecido frente a ella en un paso de peatones. Está inmóvil y mirando fijamente como el vehículo se le viene encima.
Se escucha un alarmante chirrido de neumáticos, pero no ocurre nada. El automóvil queda frenado peligrosamente a diez centímetros escasos de la mujer. Es Amparo.
Matilde sale del auto como una energúmena. Recrimina la actitud suicida de la otra mujer. Se desahoga lo que le viene en gana para compensar el susto que le ha dado y luego, al ver las lágrimas que le surcan las mejillas, se acerca a su altura y la acompaña hasta la acera con palabras más suaves. Mientras Amparo está desconcertada y sin saber donde posicionarse, Matilde va hasta su vehículo y lo estaciona junto a ella para ir a atenderla. Luego la acompaña hasta un banco de la vía pública y amistosamente le conmina a que se explique, cosa que no desprecia Amparo sino que  bien al contrario comienza, sin dar tiempo a preguntas, a soltar de un tirón todas sus amarguras:
—¡Maldita suerte la mía!, no quiero seguir viviendo, no vale la pena cuando a una se le viene todo abajo. ¡Tanto esfuerzo, tanta lucha y privaciones para tener un empleo digno, una familia… para nada! Hoy lo tienes todo y mañana estás en la calle. Tengo un puesto de trabajo estupendo por el que me he desvivido  durante los últimos diez años. Estaba segura que ese ascenso era para mí, pero la muy zorra, que se decía mi amiga, me lo ha arrebatado sin escrúpulos. Y no sólo el puesto, también el marido. ¿Dónde está la solidaridad entre nosotras? ¡Zorra!, ¡no es más que una puta! Primero me entero de que mi marido está liado con ella y después que el nombramiento de directora de ventas se lo dan a la misma. ¿Vale la pena vivir con todo eso? Por ese motivo, cuando me han notificado que la habían nombrado para el cargo, y no a mí, ha sido la gota que ha colmado el vaso. He salido de la empresa con lo puesto y he corrido y corrido sin rumbo,  con la intención de acabar de una vez por todas. No tengo a mi pareja, no he conseguido el  objetivo profesional que me había propuesto… ¡A la mierda todo; él, ella y Cosméticos New Line!
Matilde deja apresuradamente a la mujer, toma su vehículo y después de un giro de ciento ochenta grados, que a punto está de provocar una colisión múltiple, recorre la avenida a toda prisa en dirección opuesta a su anterior marcha.
En pocos minutos está frente a la empresa Cosméticos New Line. Sin perder un segundo entra en el edificio y se dirige hasta la tercera planta, a Gerencia. La señorita de recepción intenta detenerla pero no le es posible dado el ímpetu y determinación con que se mueve, pues ya está entrando en el despacho del gerente cuando le da alcance. Al abrir la puerta sorprende a un  hombre agachado en cuclillas recogiendo unos papeles del suelo. Hay mucho desorden en la estancia, da la impresión de que hubiera pasado un tornado. Casi ha sido eso lo ocurrido hace pocos minutos.
El gerente interroga a Matilde arqueando las cejas y mirándola, desconcertado, por encima de sus lentes. Ella, sin dar tregua, le explica en pocas, pero acertadas palabras, que necesita un puesto de trabajo, que tiene suficiente experiencia para ello y que lleva consigo un formidable currículo que no podrá despreciar.
Verdaderamente Matilde tiene empuje, es una auténtica vendedora y sabe seducir. Tiene el don del convencimiento y la seguridad en ella misma idónea para la situación, tal es así que el gerente no duda en tomar el currículo en sus manos y echarle un vistazo allí mismo. Lo que lee le resulta interesante y no tiene reparo en decirle:
—Parece que haya caído usted del cielo, efectivamente necesitamos una persona de su valía, pero tenemos un problema.
—Usted dirá—responde Matilde esperanzada y sin retirar su mirada de los ojos del gerente.
—Hace escasos minutos hemos tenido aquí unas diferencias con una persona que ocupa el puesto que pudiera ser suyo. Por causas que ahora no vienen al caso se ha ausentado de forma poco ortodoxa y tal vez no vuelva. Tiene un plazo de veinticuatro horas para incorporarse a su puesto o está despedida. Si en esas horas no se persona en la empresa el puesto es suyo. Tome, aquí está mi teléfono—. En ese momento Matilde observa por primera vez una especie de arañazo que cruza  la mejilla izquierda del gerente.
—Muy agradecida por su atención—dice Matilde al tiempo que recoge la tarjeta de visita con una mano y le entrega una  suya con la otra—, esperaré impaciente el desenlace del asunto con su empleada. Ahora he de marcharme, no le molesto más. Gracias por todo y quedo a la espera de noticias favorables.
Sin más sale todo lo de prisa que puede al exterior, sube a su vehículo y retrocede lo andado a toda velocidad hasta internarse de nuevo en la avenida de antes.
“Puede que aún siga allí”—piensa en voz alta mientras introduce la directa.

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