jueves, 20 de enero de 2011

Rosaura, la asesina múltiple.





A Rosaura le gustaba matar. Había descubierto esa realidad tan solo dos meses atrás. A sus cuarenta y ocho años de edad llevó siempre una vida corriente, nada que destacar especialmente. Se casó con su novio de toda la vida, noviazgo que comenzó cuando ambos eran adolescentes y estudiaban en el mismo colegio. Los dos eran de una pequeña aldea de A Coruña y no tardaron mucho tiempo en hacer como casi todos sus paisanos, emigraron en busca de mayor fortuna a Barcelona donde muchos conocidos suyos lo hicieron antes que ellos.

Transcurrieron más de veinte años sin que el sueño de Rosaura se cumpliera, ella esperaba hacer suficiente dinero para volver a su aldea, junto a sus padres, para abrir un pequeño comercio con el que poder sobrevivir sin tener que abandonar más su tierra ni su familia.

Pero no fue así, por el contrario se encontró con que a sus cuarenta y ocho años tenía dos hijos; uno de quince y otro de diecisiete, más un marido que la abandonó por una polaca que conoció en una de tantas incursiones a los bares de alterne de carretera. Celso era camionero.

Rosaura, sin saber como, comenzó a frecuentar las salas de Bingo y a probar fortuna con las máquinas de juego. Entró en ese círculo vicioso del que es tan difícil salir. Gastaba tanto o más de lo que ganaba mensualmente y eso hizo que tuviera problemas para atender las necesidades de su casa y de sus hijos. La fuerza que la empujaba cada vez más al juego era superior a su voluntad y caía una y otra vez en la rutina de visitar Bingos y bares donde hubiera máquinas.

Pronto cayó en la cuenta de que el siguiente paso era prostituirse. Había observado a otras como ella y no le pasó por alto que algunos buitres merodeadores están al tanto de ese momento en que una mujer jugadora se queda sin recursos en el mejor momento de la jugada, cuando intuyen que la máquina está a punto de dar el premio, y era en ese preciso momento cuando aparecían ellos con un billete de cincuenta euros en la mano. Nunca fallaba; ellas alargaban el brazo instintivamente, viniera lo que viniese luego y aceptaban el trato, sin palabras, no era necesario; sabían lo que venía después.

Rosaura no estaba dispuesta a caer tan bajo. Aún le quedaba algo de dignidad y por ahí no pasaría nunca. Lo que fuera, antes que eso. Jugadora, viciosa…pero nunca puta. En su familia había algún antecedente de esa índole. Su madre, desde muy niña Rosaura, le hizo prometer ante el apóstol Santiago que jamás, pasara lo que pasara, se dedicaría a la prostitución. Con su hermana tenían bastante en la familia. La tía de Rosaura marchó años atrás a Suiza en busca de trabajo y volvió a la aldea hecha una buena zorra. Allí tuvo ocasión de conocerla carnalmente, uno por uno, todos los habitantes, incluido su cuñado, el padre de Rosaura.

Ella llevaba eso muy dentro y se juró que antes moriría o mataría que ser puta.

Las cosas llegaron a un extremo de penuria en su casa que la situación se hizo insostenible; no tenía con qué dar de comer a sus dos hijos pues se lo gastaba todo en el juego y éstos comenzaron a perderle el respeto. Se deterioró de tal manera la relación que los jóvenes decidieron irse de casa. Se refugiaron en una casa de “okupas”. Rosaura se quedó sola, abatida y en la miseria.

No pasaron muchos días hasta que el casero le recordara que si no pagaba el alquiler de la vivienda, emprendería acciones legales para el desahucio

Se sintió acorralada, como una fiera en una batida de caza. Fue al cuarto de sus hijos y destrozó todo lo que había a la vista, dejando un amasijo de objetos y vestidos por todo el suelo. Descolgó furiosamente todo lo que había en las paredes hasta sangrarle las manos.

Extenuada por el esfuerzo y la rabia contenida que expulsó descontrolada, se derrumbó en una de las dos camas y durmió durante horas.

Al atardecer despertó, fue hasta el cuarto de aseo y trató de ponerse lo más presentable posible. Sus cabellos cortos estaban enmarañados y sudorosos. El aspecto de su cara delataba una lucha interna que crispaba sus facciones acentuando las ojeras oscuras. Se lavó el rostro y peinó los cabellos lo mejor que pudo, luego recalentó café sobrante de la mañana, tomó un largo sorbo y salió a la calle.

A menos de un centenar de pasos estaba la estación de Metro. Bajó las escaleras y en pocos segundos entraba en uno de los vagones del tren. La dirección no le importaba, solo quería alejarse lo suficiente como para no encontrar ningún rostro conocido, necesitaba huir de su angustiosa realidad. Siete estaciones después bajó del tren e hizo un cambio de línea. Después de un largo recorrido por el subsuelo de la ciudad salió al exterior y caminó por las calles sin rumbo fijo.

Pasaba frente a un portal cuando se detuvo al comprobar la dificultad con la que una anciana, de más de ochenta años, sujetaba unas bolsas de la compra al tiempo que trataba de introducir la llave en la puerta de acceso al inmueble de su vivienda.
—Permítame señora—dijo solícita a la vez que insinuaba que le entregara las bolsas para que maniobrara con más comodidad en la cerradura.
—¡Ay hija!, muchas gracias, ya no está una para estas cosas. Se vuelve una torpe con los años, ¿sabe?
—No se preocupe mujer, a todos nos llegará. Ya le ayudo yo, permítame —dijo Rosaura al tiempo que depositaba las bolsas en el suelo y le arrebataba la llave a la anciana con suavidad—. ¿Ve?, ya está, ya puede pasar.
—Que amable es usted, no sabe como se lo agradezco. Muchas gracias.
La señora recogió la compra y se dispuso a subir las escaleras hasta su vivienda sin darle más importancia al asunto, cuando Rosaura insistió:
—¡No me diga que tiene que subir usted las escaleras, cargada con la compra!”, traiga, traiga, ya se la subo yo.
—¡No, no, de ninguna manera!, estoy ya acostumbrada a hacerlo, aquí no hemos tenido nunca ascensor y total solo son dos pisos.
—¡Dos pisos! ¡Virgen santa!, dígame entrometida, pero permítame que le suba las bolsas, por favor, o me marcharía con ese pesar —.Insistió Rosaura sin dar tregua a la recelosa anciana.
—Pero mujer, no se lo tome así, si yo ya estoy acostumbrada a hacerlo a diario y de verdad que no es…
—De ninguna manera, señora, yo estoy educada desde niña a ayudar a las personas mayores y me parece una falta de consideración que tenga usted que valerse sola, ¿es que no hay ningún vecino joven que le eche una mano?
—¡Huy, la juventud!, si yo le contara…
—Déme, déme, no se preocupe que ya me hago cargo yo del peso —Rosaura tomó la carga con una sola mano y con la otra sujetó el antebrazo de la anciana para servirle de apoyo y literalmente la empujó hacia arriba.
—¡Ay, juventud; divino tesoro! —Dijo la señora añorando la energía que ya perdió con los años—. ¡Qué envidia de piernas!, si yo tuviera su agilidad y fuerza…
—Alguna vez las tuvo usted también, mujer —.Respondió Rosaura por decir algo pero con la cabeza en otra parte.
—Es usted una mujer buena y fuerte, ya lo creo —.Trató de adular la anciana a la vez que recelaba de tanto brío por parte de la desconocida.
—Las personas estamos para ayudarnos, ya me gustaría a mí que hicieran lo mismo cuando me llegue el momento, ¿es aquí donde vive?
—Sí hija, en este rellano y en esa puerta. Muchas gracias, déme la compra que ya me hago cargo yo. Muchísimas gracias por todo —.La anciana le agradeció la ayuda dando a entender que era una despedida.
Rosaura insistió en entrar y llevar las bolsas hasta el mismo interior de la vivienda con la excusa de pedir un vaso de agua. La propietaria no encontró forma de impedírselo ya que demostraría desagradecimiento y desaire. Una vez las dos en el interior, Rosaura se apresuró en cerrar la puerta casi de un golpetazo.
—No cierre… —.La pobre mujer no pudo acabar la frase, su cabeza se estrelló contra la pared del recibidor por efecto del empuje sobre sus dos hombros, que con rabia frenética, Rosaura le descargó. La mujer cayó pesadamente al suelo sin conocimiento, quedando como un fardo semi apoyada en la pared, de rodillas. Parecía muerta pero respiraba. Rosaura, como en trance, avanzó por el pasillo hasta desembocar en la sala comedor. Dos habitaciones daban allí mismo. Se introdujo en una de ellas y acertó; era la de su víctima. Rebuscó, en estado de alta excitación, por armarios y consolas hasta encontrar algo de valor. Una pequeña caja en forma de cofrecito llamó su atención. Contenía algunas joyas y un pequeño fajo de billetes sueltos de distinto importe. Lo introdujo todo en su bolso y salió con urgencia llevándose consigo el juego de llaves que no soltó ni un momento. Al pasar junto a la anciana creyó oír un gemido de queja. Llegó precipitadamente hasta la calle y se alejó dos manzanas hasta arribar a un pequeño parque, donde se sentó en uno de los bancos.

En los primeros momentos creyó que todo fue un sueño, no era muy consciente de la realidad de lo que acababa de hacer. Poco a poco fue tomando conciencia de la gravedad de su acto y pasó por su cabeza la posibilidad de que fuera denunciada por su víctima, incluso creyó que era posible que alguien la viera y pudiera reconocerla. Dentro de ella iba creciendo un extraño sentimiento mezcla de pánico y resentimiento hacia ella misma por actuar de forma tan chapucera. Pasaron los minutos y la idea de volver al escenario de los hechos a rematar lo empezado se aferró con fuerza en su ánimo.

Instantes después estaba abriendo la puerta de entrada a la vivienda cuando descubrió que al fondo del pasillo se encontraba la mujer marcando algunos números de teléfono en el aparato que había en una mesita. Corrió hacia ella y le arrebató enérgicamente el aparato para acto seguido enrollarle el cable alrededor del frágil cuello.

La mujer ni tan siquiera gritó, no tuvo fuerza para hacerlo. Una vez las dos en el suelo, Rosaura apretó y apretó con brutal fuerza. Permaneció de rodillas, junto a su victima, largos minutos; como en trance y sin soltar la presa. Cuando se levantó, la anciana yacía muerta. Esa vez sí. Entonces se dio cuenta de que dejó la puerta abierta y se espantó. La cerró tratando de no golpear con fuerza y con la esperanza de que nadie hubiera visto la escena. Luego recorrió todas las estancias del piso para asegurarse de que no hubiera nadie, alguien pudo venir de visita mientras ella estaba en el parque. Nada. Salió, cerró y bajó las escaleras con parsimonia y semblante sereno, tratando de aparentar normalidad por si se cruzaba con algún vecino.

Se alejó lo suficiente y cuando avistó una reja de alcantarilla, junto a unos contenedores de basura, dejó caer el llavero disimuladamente. La prueba de su delito desapareció bajo tierra para siempre.

Rosaura volvió a su hogar como si nada hubiera ocurrido, saludó a los vecinos que iba encontrando en su camino y nada en su gesto la delataba, era la misma mujer dulce, amable y cortés de siempre.

Comprendió después de reflexionar durante la noche, a solas en su cuarto y desvelada, que estuvo perdiendo el tiempo miserablemente durante tanto tiempo de abandono y soledad, se dio cuenta de que acababa de descubrir una manera fácil y segura de acabar con sus penurias económicas. La ciudad estaba llena de ancianas solitarias e indefensas de las que poder nutrirse cada vez que lo necesitase. Nadie sospecha de una señora de edad media que acompaña a una anciana octogenaria. “¡y es tan fácil granjearse la confianza de todas ellas”! “Están tan solas, que confían en cualquiera que les dedique unos minutos y las escuche”.
No dudó un segundo en poner en práctica su plan.

A partir de ese día y siempre cambiando de barrio, fue haciendo amigas de conveniencia sin descanso. Las embaucaba con argumentos como: “yo siempre he tenido debilidad con las personas mayores, darles compañía, ayudarles buenamente en lo que pueda, todo eso me hace sentirme más persona...”, etc.

En poco tiempo tuvo una lista de más de veinte futuras víctimas, con número de teléfono incluido. Su “modus operandi” era muy simple: cuando tenía la suficiente confianza con ellas las llamaba para visitarlas, automáticamente era invitada a tomar un café para charlar un rato. Acudía al domicilio y una vez allí y sin darles la menor oportunidad las golpeaba con algún objeto decorativo que encontraba a mano, luego las asfixiaba con una almohada, una cuerda e incluso con una tira de cortina. Después hacía limpieza de todo lo que encontraba de valor; dinero, joyas y salía tan tranquila, como si nada, para nunca más volver.

Rosaura estaba convencida de que el fin justifica los medios, por lo que sentía una alegría inmensa al descubrir que ya no era adicta al juego. Estaba curada ya que una nueva sensación, desconocida antes, superaba a lo que sentía con la excitación que le proporcionaban las máquinas o el bingo; la sensación de paz que hallaba con cada muerte que provocaba era superior a todo lo demás. Ya no sentía asco de ella misma. A Rosaura le gustaba matar.
Meses más tarde era detenida después de su quinta muerte. Opuso una feroz resistencia y tuvo que ser reducida por la fuerza y llevada casi a rastras hasta el juzgado. Cuando el juez le leyó los cargos ella permaneció impasible, con el rostro sereno y altivo. Sus únicas palabras de descargo a la acusación de los horribles crímenes fueron: …” pero nunca me prostituí”.

6 comentarios:

Aitor dijo...

Como de costumbre un relato excelente Andrés. Imagino que te habrás inspirado en el caso verídico de la mujer que asesinaba ancianas, de ser así es fascinante ver como de una noticia consigues desarrollar una pequeña historia. Eres un crack, un abrazo.

doaikiju dijo...

Carai con la Rosaura!!, quiza es más digna la prostitución no?; la pena es pensar que en el mundo está llena de Rosauras, que se dejan llevar por comentarios de otros, sin analizarlos,ni pensar que cuando alguna madre te da un consejo, un amigo, alguien te comenta alguna cosa, siempre está influenciada en algún contexto en concreto y en algunos intereses. Desde pequieñitos nos tendrían que enseñar más a pensar por nosotros mismos, y analizar más la circunstancias, pero claro los que mandan ya les va bien así,aunque aparezcan muchas Rosauras por el camino. Buen relato Andres.;))

apm dijo...

!Jolín Andrés, es un relato que sobrecoge y envuelve desde principio a fin!, es buenísimooooo...
a mí, me queda la duda de si viste la foto de una mujer llevada detenida por dos policias y de ahí, de la imagen, sacaste el relato, o si simplemente lo imaginaste y dibujaste después... es real, real como la vida misma tu Rosaura, real como la vida misma el entramado y real como la vida misma sus frustraciones, su soledad y sus dependencias; y está magnificamente bien transmitido todo: !buenísimo!, !buenísimo de verdad!.

Mil besitos gordotes

Anhermart dijo...

apm:
Hace unos tres o cuatro años, una señora gallega y cocinera fue detenida en Barcelona porque se dedicaba a asesinar ancianas para robarles. Con los datos de la noticia en mi cabeza durante tiempo( me acordaba de su oficio, procedencia y hechos) al final me puse manos a la obra y "adorné" el caso en plan literario. Toal; hecho real convertido en relato que es lo que en muchas ocasiones suelo hacer; a partir de una noticia o algo que alguien me cuenta dejo correr a la imaginación y milagrosamente me presenta al poco tiempo un relato recién cocinado, humeando y todo; calentito.
Solo es cuestión de ponerse en la piel del otro y ya está. ¡Qué fácil! ¿no? ja,ja,ja,ja.
Me gusta que te guste.
Gracias por leer y comentar mi texto.
Besos.

Anhermart dijo...

doaikiyu:
Buen análisis y reflexión la tuya llena de razón.
Me satisface el hecho de que te guste esta historia y que me visites y comentes.
Un abrazo.

Anhermart dijo...

AITOR:
Totalmente, has dado en el clavo; este relato está inspirado en aquella noticia de hace un tiempo en que una señora mataba ancianas para robarles.
Gracias por tu comentario.
Un abrazo, artista.