miércoles, 17 de noviembre de 2010

Tarde o temprano…





Javier está sentado en un banco de la plaza, frente a su casa, sin saber qué camino tomar. Es un hombre que aparenta más de cincuenta años, cabello algo escaso y cano. Es de complexión delgada y viste de manera informal con ropas , tal vez, más aptas para alguien de menos edad. Fuma nervioso un cigarrillo tras otro y el tiempo pasa, la noche avanza a mayor velocidad que sus pensamientos. Está bloqueado, no tiene capacidad en ese momento para decidir, para valorar lo que le ocurre. Mira al vacío sin distinguir otra cosa que la ventana de su dormitorio. La luz permanece encendida. Es la única que a las tres de la mañana alumbra en todo el edificio. Ni siquiera nota el frío otoñal que poco a poco va empapando de humedad sus prendas de vestir, algo ligeras para la época del año en la que está. Permanece ahí, en la misma postura desde las diez de la noche. Desde que, espantado, salió de su hogar bajando atropelladamente y a pie por las escaleras de su bloque.

De pronto, como un chispazo dentro de su cabeza, aparece la palabra “Policía” por primera vez desde que está en ese estado de trance. Sí, debería ir a la policía y explicarles lo que ha sucedido. No tiene nada que temer porque él no ha hecho nada. A continuación le asalta la duda: “No, nadie me creería, todo se volvería contra mí. Mis hijos, mis amigos, todos creerán que miento, que lo he hecho yo…¡y no es cierto, yo no he tocado a mi mujer nunca!¡Nunca la he maltratado, lo de esta noche ha sido un accidente; un desgraciado accidente!

Javier reacciona y en su aturdida cabeza comienza a haber algo de orden; sus ideas ahora son más claras y los recuerdos van haciendo aparición, recomponiendo una secuencia, como si de fotogramas se tratase:
—¡Carmen, ya he llegado! —dice después de cerrar la puerta y adentrarse en la vivienda a eso de las diez de la noche.
—¡Ya era hora!—responde ella desde el sofá del comedor en donde se encuentra. Va vestida con una bata de estar por casa y su gesto de brazos cruzados denota enfado por la ausencia de Javier.
—Mujer, ya te dije que llegaría a esta hora. Estaba con un par de amigos en el bar de abajo viendo el partido de fútbol. Ahora mismo ha terminado.
—¿El partido?, ¡querrás decir tomando una cerveza detrás de otra!
—No mujer, bueno sí; me he tomado alguna, pero no me trates como si viniera borracho.
—¡Estoy harta, harta de que tú vayas a lo tuyo y yo esté aquí sola, a tu servicio; esperando a que llegue el señor, con la comida a punto para que luego no aprecies nada de lo que hago. Podrías quedarte ahí abajo a vivir con tus amigos, en tu bar, con tus cervezas y tus vicios! No me haces falta para nada. Ni siquiera eres un hombre, ¿qué me das tú a cambio? ¡Nada!
—¿Qué te pasa mujer? Tú no eres así, ¿te ha ocurrido algo esta tarde?
—¡Maldito, no quiero saber nada más de ti, vete! ¡Vete de esta casa, fuera de mi vida, déjame sola! Estaría mejor sola que en tu compañía, al fin y al cabo esto no es una relación ni es nada que se parezca, ¡te aborrezco, te odio con toda mi alma! —al terminar Carmen cae de rodillas al suelo, presa de gran histerismo, llorando y desgarrándose las ropas, arañándose la cara y arrancándose mechones de cabello con sus manos.
—¿Esto que es?, ¿qué te ocurre cariño? —Javier se niega a creer lo que está viendo con sus propios ojos y escuchando de labios de su esposa. Ella no es así, nunca dio muestras de tal locura en su comportamiento; siempre fue una mujer tranquila de carácter dialogante, incluso excesivamente amable. Corre hacia ella y se coloca de rodillas también , a su altura, para acariciarle el rostro intentando calmarla, asustado por el cambio incomprensible; cree que se ha vuelto loca, que no puede estar ocurriendo lo que ve.

Carmen se abalanza hacia él con toda la intención de morderle en pleno rostro. Los reflejos de Javier evitan lo peor y tan solo recibe un roce de los dientes de ella sobre una de sus mejillas que a punto ha estado de arrancarle media cara debido a la furia con que el ataque se ha lanzado. Luego ella se levanta del suelo y corre hacia la cocina hasta encontrar lo que busca. Vuelve sobre sus pasos y se encuentra de frente con Javier que, alarmado por el peligroso tono que va adquiriendo la situación, se queda en medio del pasillo; estático y con las manos abiertas y proyectadas hacia delante con intención de hacerla desistir de otro y peor ataque, esta vez con arma blanca incluida. En la mirada de Carmen ve determinación, está totalmente seguro de que va a agredirlo con el cuchillo que esgrime con furia en su mano.

Javier retrocede, huye hacia el final del pasillo, rebasando los dormitorios, hasta quedar arrinconado en un trastero del final del corredor; queda apoyada su espalda contra unas estanterías repletas de herramientas para bricolaje casero; la mirada espantada, la boca entreabierta en una mueca entre miedo e incredulidad y un rictus de pavor general en el rostro.

Carmen se impulsa hacia él dando un terrible alarido y con el extremo afilado del cuchillo apuntándole al estómago.

Sin ser consciente de cómo a ocurrido, la mano de Javier, en su desesperación, ha encontrado un martillo que, revuelto entre otras herramientas, estaba a su alcance.

Algo parecido a una nube de color rojo tiñe su campo visual durante un instante. En el siguiente ve el cuerpo desmadejado de su esposa sobre la cerámica del suelo, recostado a un lado, con el rostro destrozado por el impacto del fuerte martillazo que ha recibido. De su cráneo, partido en dos mitades, brota sangre a raudales que corre por una mejilla, encharca su oído y resbala hasta el suelo a borbotones.

Un sudor frío recorre el cuerpo de Javier. Tiene la boca pastosa, el sabor agrio de su aliento le provoca un vómito que no puede contener. Apoya sus manos sobre las sienes allí mismo, sentado en el banco de la plaza, y con los codos clavados en ambas rodillas vacía el contenido del estómago salpicando sus zapatos.
Luego hace una llamada a la policía.

No pasan más de dos minutos cuando un vehículo que patrullaba por los alrededores se detiene frente a él:
—¿Es usted quien nos ha llamado? —pregunta el agente sin salir del vehículo. Javier asiente con un movimiento leve de cabeza y acto seguido los policías salen del auto para dirigirse hasta donde está sentado.
—¿Qué es eso de que ha matado usted a su esposa? ¿Ha tomado alguna droga, alcohol o estupefacientes?
Javier no responde, se limita a señalarles con el dedo índice la ventana que permanece alumbrada.
—Vamos, levántese y llévenos hasta su domicilio—le ordena uno de los agentes.
Javier se pone en pie e intenta dar una explicación del hecho:
—Ha sido algo accidental…
—No diga nada, llévenos hasta su domicilio y ya veremos de qué se trata. Vamos, camine, no perdamos más tiempo.

Se introducen en el bloque, toman el ascensor hasta la tercera planta. Al llegar junto a la puerta de entrada a la vivienda comprueban que está entornada, casi cerrada. Un agente vigila los movimientos de Javier mientras su compañero se introduce en el recibidor, con las precauciones necesarias para neutralizar el sobresalto que tal vez le espera de ser cierta la versión del crimen que Javier les ha dado.

El policía sigue adelante hasta desembocar en el salón principal moviéndose con exagerado sigilo, como si temiera encontrarse de sopetón con el asesino. Javier y el otro policía le siguen a corta distancia.

Por fin llegan hasta el dormitorio del matrimonio. El agente que va más adelantado gira el pomo de la puerta y se sobresalta al escuchar un grito que proviene desde el interior del dormitorio.

Carmen, aterrada por la inesperada visita, se cobija bajo las sábanas mientras deja caer hasta el suelo el libro que tenía en sus manos. Insomne por la tardanza de Javier decidió esperarlo mientras leía algo.

Una vez comprobado que la mujer está sana y salva y no pudiendo conseguir que Javier dé una explicación coherente a su actitud, los agentes abandonan el domicilio murmurando algo entre ellos, molestos por la pérdida absurda de su tiempo.

Abajo, en la plaza y junto al banco, un martillo de considerables dimensiones permanece abandonado en el interior de una bolsa de plástico en la que se puede ver el logotipo de unos almacenes de marca conocida.


5 comentarios:

fonsilleda dijo...

EStupendo relato que me ha tenido con la nariz pegada a este libro antinatural.
Creía que escondías algo en la manga, como ha sido, pero no he sido capaz durante la lectura, de dilucidar hacia qué lugar nos llevarías.
La historia tiene su puntito de un surrealismo ¿etílico?.
Bicos.

Anhermart dijo...

Fonsilleda:
Has dado en el clavo con el puntito.
Gracias por comentar, un beso.

Lluís dijo...

Un poco fuerte la historia, pero narrada con un realismo que proboca el suspense y la adrenalina que quiere el lector.

Los finales imprevistos, que te obligan a volver a repasar mentalmente la trama des del principio para entender la situación ambigua que se ha narrado todo el rato, pero que en un principio el protagonista lo interpreta de una manera cuando realmente era otra, ya son marca de la casa.

Y siempre la coletilla final, en este caso el martillo que se deja en el banco, que acaba de explicar el porqué del delirio y a la vez siembra incluso la duda de si la versión final es real del todo o se escapa algo que nunca se sabrá.

Anhermart dijo...

Lluís:
Jugando siempre con la ambigüedad de las situaciones, tal vez me estoy encasillando. Experimentaré nuevas técnicas de narrativa a ver qué pasa.
Gracias por tu comentario y visita a mi blog.

apm dijo...

!que angustia me ha dado hasta que he llegao al penúltimo párrafo... uf, con la que está cayendo con lo del maltrato... menos mal que estaba vivita y coleando y leyendo una novela!
ahora, lo del martillo en el banco (que te ha faltao decir "ensangrentao", para hacerlo ya Hitchcock del tó), te deja más pa´lla que pa´ca, eso que lo sepas hijo mío.
Ha sido trepidante la lectura, Andrés

Besotes gordísimos