miércoles, 8 de abril de 2009

Recuperando el talento





Simón Andrade vive una depresión de caballo desde hace ya demasiado tiempo. Sale poco de casa y no se relaciona con nadie. Hace mucho que no recibe una sola llamada de teléfono.
Él, que tanto se prodigó durante lustros en el mundo de los medios de comunicación. Antaño, rara era la semana que no acudía a la invitación de tres o cuatro televisiones para ser entrevistado, participar en alguna tertulia o presentar su último trabajo literario.
Ahora vive prácticamente olvidado, tanto por televisiones como radio o prensa escrita. Y es que Jacinto García Fernández ─ que ese es su verdadero nombre ─ ha dejado de ser Simón Andrade; prolífico y exitoso escritor especializado en el género romántico.
Su capacidad, extensamente demostrada antaño en crear historias que, sobre todo las mujeres, devoraban entusiasmadas, ha mermado inexplicablemente hasta tal punto que su editora ha roto toda relación con él.

Simón─Jacinto vive una época de sequía total de inspiración que le ha sumido en un decaimiento moral rayano en la auto destrucción. Los días de vino y rosas se esfumaron como se diluye una cuenta corriente cuando no hay nuevos ingresos que la alimenten. En su época de esplendor no tuvo reparos en dilapidar exageradamente la fortuna que iba cosechando las ventas de sus éxitos literarios.

Las mujeres le amaban apasionadamente cautivadas por su talento, sensibilidad, poder adquisitivo y renombre. Los hombres, aunque le envidiaban , le reían las gracias y procuraban estar cerca de él en cuanto tenían ocasión, lo que hizo que gozara de una cantidad ingente de amigos incondicionales que le ayudaran a acelerar su ruina económica a base de dispendios innecesarios en fiestas y saraos de toda índole.
Ahora nadie llama a su puerta, ahora no es más que el vulgar Jacinto García Fernández y todos; ellos y ellas, adoraban al otro, a Simón Andrade, ¡nada que ver con el de ahora!

Y Jacinto lo sabe. Él conoce perfectamente quien es el culpable de su desgracia. Y es por ese motivo que en un arranque de ira incontenida, provocada por su desesperada situación personal y económica, toma el teléfono de su despacho y marca un número:
—Diga─responde una voz de varón desde el otro lado del hilo telefónico.
—¿Victor Amador?—pregunta Jacinto para asegurarse.
—Sí, ¿quién es?
—¡Soy yo, sinvergüenza! , Simón Andrade.
—¿Simón qué…? , no me suena su nombre.
—Ya lo creo que te suena, canalla—dice Jacinto con rabia en el tono de la voz.
—¡Ah, el autor de “La decadencia de un hombre! Ya recuerdo, ¿qué es lo que quiere?
—¡El autor de “eso” y de muchísimas otras novelas de reconocido éxito y lo que quiero ya lo sabes tú muy bien. Quiero que me devuelvas lo que es mío, lo que me arrebataste con malas artes y que, harto ya de tus falsedades como autor, te reclamo ahora.
—Eso no va a poder ser. Tú tuviste tu momento de gloria y ahora es mi turno. Es a mí a quien ha señalado el dedo de la fortuna y no voy a renunciar a lo que gané limpiamente en un juego. Los dados no se equivocan, saben siempre por quien deben decantarse.
Déjame en paz y no vuelvas a llamar a mi casa nunca más.
—No, no voy a dejarte en paz hasta que mi vida no vuelva a ser la que era. Entrégame lo que me quitaste cuando no eras más que un triste articulista de la prensa rosa, sin talento, mediocre y desconocido, antes de convertirte de la noche a la mañana en un fenómeno editorial de grandes ventas. Tú y yo sabemos a qué es debido, y no es precisamente a tu genialidad o talento, ¿no es así?
—¡Deja de molestarme, estás acabado, asúmelo y no vuelvas a importunarme o tendré que denunciarte!
Víctor Amador, el gran escritor del momento, cuelga el teléfono enérgicamente dando por finalizado el dialogo con su homónimo.

Jacinto─Simón no está dispuesto a renunciar a su venganza y sale de su casa apresuradamente en busca del odiado enemigo. Sabe donde vive y como acceder hasta él. En menos de quince minutos está en el portal del edificio en donde tiene la guarida el culpable de todos sus males.
Toca al timbre del portero electrónico, marcando cualquier piso al azar.
—¿Si?
—Correo comercial—dice engañosamente para no despertar sospechas ni identificarse.
Como es habitual en estos casos le abren sin más.
Ya está dentro. Sube en el ascensor hasta la quinta planta. Cuando está junto a la puerta del apartamento de Víctor Amador saca del bolsillo de su chaqueta una tarjeta de visita con su propio nombre y la introduce en el espacio que hay entre el marco y la puerta, manipula con habilidad, sospechosa para su oficio, y el resorte de la cerradura salta, dejándola abierta sin más problema.

Se introduce en la vivienda con sigilo y al llegar al salón principal es sorprendido por Victor Amador en persona, el cual ve un inminente peligro en el gesto del allanador por lo que no duda en arrojarse contra él enzarzándose en una pelea de indescriptible violencia para personas de su condición intelectual. En el forcejeo es el escritor de moda el que sale peor parado ya que retrocediendo involuntariamente ante el salvaje empuje de su agresor va a dar contra una ventana con vistas al patio interior del edificio.
El golpe de su espalda hace añicos el vidrio de la ventana, luego pierde el equilibrio y cae al vacío.

El atacante, enloquecido, recorre las estancias del apartamento hasta dar con lo que busca.
Ella está allí; sentada a los pies de la cama, impasible y resignada, con las manos sobre su regazo y la mirada ausente.
Jacinto la toma con fuerza de una mano y la arrastra consigo hacia la escalera para bajar precipitadamente hasta la calle e introducirla en su vehículo que aún permanece con el motor en marcha.
Salen a toda prisa de la ciudad para dirigirse a continuación a su refugio secreto en la montaña, a media hora de viaje.
Ella no ha dicho todavía ni una sola palabra, parece ser que no siente, que no está.
—Ahora todo será como antes. Ya verás; tú y yo, como en los viejos tiempos. ¡Te he echado tanto de menos! Sin ti no he sido capaz de escribir una sola línea en todo este tiempo.
Sabes que te necesito a mi lado para ser lo que era.



5 comentarios:

Monelle/Carmen Rosa Signes dijo...

Trepidante historia, a veces somos tan tontos que proyectamos tanto éxitos como fracasos a objetos, sin darnos cuenta de que todo está en nuestra mente. Imagino que es un mecanismo que nos ayuda a conseguir lo que buscamos. Pobre hombre, él mismo se condenó, aunque al menos en la cárcel podrá seguir escribiendo jeje bueno siempre que le permitan tener su máquina de escribir.
Besos.
Carmen

Sonia Antonella dijo...

Ups! Le habían sustraído a su musa inspiradora?
Envolvente relato.
Increíble lo que llega a pasar con la ambición de un talento perdido.



besitos
Soni

Anhermart dijo...

Carmen, Soni, gracias por leer y comentar el relato.
Soni, esa es la palabra. Esperaba que alguien la dijera ya que no consta en mi texto: "Musa".
Besos.

ElChicoDeLaCabezaDeLaGomaDeBorrar dijo...

Buen relato. Por desgracia más que real para muchos. La mente humana y la creación está más que condicionada por pequeños detalles que no tienen importancia para los que miran desde la barrera. Muy bien redactado.
En el repertorio de tu personaje creo que no debe existir la palabra perder.
Se me ocurre otra cita cinematográfica menos relacionada con el relato pero con dos o tres matices que se parecen mucho: EL RESPLANDOR! Jaj. A ver quien le quitaba la máquina!

Muy bueno, andrés!
Saludos

Lazoworks dijo...

Hola Andrés, interesante relato. Muy bien escrito si señor.
Bueno, ya puestos a seguir relacionando tu relato con el cine, me gustaría recomendarte Barton Fink de los Hermanos Coen...
Saludos y ya me iré pasando por aquí!