viernes, 1 de agosto de 2008

Colores.






Carboncillo y tinta china
A la vista de la mujer que observa, la escena es fácilmente reconocible. Le sobrecoge por igual lo que representa el dibujo como el único color usado por el pintor. Casi todo el lienzo está manchado en negro, los pocos espacios grises que hay sirven para delimitar los contornos de las formas, de manera que se puede saber que se trata de un orfanato. Hay dos hileras de camas formando un pasillo central y pequeños bultos que dejan entrever cuerpos infantiles envueltos en raídas mantas. Llueve y truena. Tras las ventanas se percibe claridad provocada por el chispazo eléctrico de un relámpago que define el pequeño cuerpo de una niña con más nitidez que al resto que le acompañan en el dormitorio.
La pequeña sabe que una sombra siniestra pasea entre ellas muchas noches y tiene miedo. No duerme, vigila con el corazón acelerado y protegida hasta la cabeza con el frágil amparo que le proporciona el cobertor. Es consciente que de vez en cuando una de sus compañeras es arrancada de su cama mientras duerme y llevada contra su voluntad, a pesar de sus súplicas, y cuando vuelve más tarde no quiere hablar, solo se esconde y llora mientras aprieta su vientre con ambos brazos.

Caña y tinta
La mujer avanza dos pasos a su derecha y se encuentra con un lienzo en el que domina el color celeste, complementado por negro y gris plomo. La pequeña tiene paralizada la garganta y no puede gritar. Su voz queda ahogada dentro de su pecho agarrotada por la mano invisible del terror y siente un sabor amargo y vomitivo .Un hombre la lleva en brazos hacia la oscuridad de un pasillo interminable. Los relámpagos dibujan ventanas a lo largo del enlosado, espacios rectangulares ausentes de color que reflejan perfectamente en el suelo cristales inexistentes. El trueno amortigua el sonido de los pasos clandestinos del secuestrador. Sería inútil gritar, si pudiera hacerlo, nadie acudiría en su ayuda.

Espátula y óleo
La solitaria mujer continúa su recorrido por la galería y la siguiente escena es ahora azul. Azul oscuro, azul claro, azul y negro. La niña, sujeta de una mano por el hombre, permanece de pie, descalza, en el suelo del recibidor del internado, frente al recién llegado. Él es muy alto y va impecablemente vestido con un traje oscuro y sombrero de ala. Sus hombros, empapados por la lluvia, están ligeramente caídos, lo que le da un cierto aire desvalido. Aunque su figura se recorta fantasmagórica por efecto del contraluz y no se distingue su rostro, su aspecto no es amenazador. La pequeña no quiere verlo y esconde su mirada detrás de su mano libre.
La estancia está algo más iluminada que el dormitorio pero sigue siendo lúgubre.

Pastel y pincel
La observadora sigue avanzando y posa su mirada en el cuarto cuadro de idénticas dimensiones a los anteriores. El color sepia domina casi por completo la escena. El visitante nocturno está de espaldas y atraviesa el jardín que separa la vieja residencia de la calle. La niña asoma su cabeza tímidamente por encima del hombro del que carga con ella. La lluvia ha cesado y el cielo adquiere un tono que se acerca al rosa anaranjado. Los ojos espantados de la pequeña delatan la inquietud de no conocer si su incierto destino será peor que el mal conocido. A su espalda hay un vehículo por el que se puede ver a través de la ventanilla trasera la figura de una mujer. Su pelo es el único tono de color vivo del lienzo. El amarillo hace que la mirada de quien observe la obra se dirija indefectiblemente hacia ella provocando un recorrido de vaivén entre la expresión del rostro asustado de la niña y el color dorado y confortable de la que espera.

Aguada
La mujer avanza en la continuación de la historia y ahora descubre un fastuoso cuadro donde los colores, verde rosa y naranja son los protagonistas. La niña está en el interior del vehículo en brazos de la mujer, que acaricia con ternura sus manitas. Ella es hermosa como un ángel; desprende luminosidad rosa pálido. El vehículo transcurre por una carretera adornada por vegetación naranja salpicada de verde y tonos ocres. La niña destaca por sus tonos apagados en gris y sepia.

Acuarela
Antes de llegar a la esquina que da a un pasillo de la galería hay un último cuadro. Los ojos de la mujer que mira se llenan de impactantes estallidos de luz y color; sus cristalinos se convierten en calidoscopios que reciben los más vivos matices.
La niña juega en un jardín floreado lleno de vida y luz, arropada por sus progenitores y seguida alegremente por varios niños más. El cielo es de un azul intenso, no hay nubes, solo rompe su invariabilidad monocroma el ágil revoloteo de algunas mariposas que semejan flores lanzadas al aire.
En el cuadro final están todos los colores que dibujan la felicidad.
La mujer posa una mano sobre su vientre cuando sale de la galería de arte y sonríe esperanzada: “Es posible que la luz se abra camino entre la oscuridad y llene de color la vida. Esta vez será diferente”, piensa.


1 comentario:

Monelle/Carmen Rosa Signes dijo...

Excelente, delicado, cromática forma de narrar, que envuelve con sus tonos los sentimientos, adornando los pasajes para hacernos caminar desde la oscura angustia a la luminosa felicidad con sus tonos vivos. Un bello cuento, en el que cada escena nos aporta un motivo para seguir, para la esperanza, y en el que el último nos la regala. Me gustó mucho. Enhorabuena.

Carmen