sábado, 19 de julio de 2008

La madre que lo parió






Jacinta es una de esas mujeres que nadie quisiera tener como madre. Viuda desde que tenía veintiséis años de un emigrante español que fue a Alemania a hacer fortuna en los años sesenta y que un fatal accidente laboral truncó su sueño y con un hijo de dos años, no tuvo más remedio que tomar las riendas de su escasa familia y tirar hacia delante contando solo con su esfuerzo. Madre posesiva y súper protectora, no dudó en sacrificar la personalidad propia de su hijo con tal de retenerlo siempre a su lado. Como si hubiera leído un manual del Tercer Raich sobre adiestramiento, sometimiento y aniquilación de la voluntad, hizo bien su trabajo convirtiendo a su pobre victima, Manolito, en un perfecto inútil.
Ahora, en la actualidad a tres de junio de 2005, Jacinta se encuentra postrada en cama desde hace seis meses aquejada de todos los males que su mala leche han provocado en su organismo.
Manolito, hombre de treinta y ocho años y taxidermista de profesión, trabajador autónomo y con tienda propia, está junto al lecho de su madre haciéndole compañía.

—Ya te lo dije y no quisiste creerme hijo, esa mujer es una zorra, no te conviene. Ha estado casada dos veces, fuma como una puta y va siempre enseñando las tetas, ¡cof-cof! —casi se ahoga Jacinta por el esfuerzo en poner énfasis en sus palabras.
—Pero mamá —responde tímidamente Manolito—, no seas tan dura, ella ha tenido que luchar mucho en la vida para sacar adelante a sus dos hijos…
—¡Encima eso! ¿Es que yo no tengo derecho a tener mis propios nietos? ¡Eres un sinvergüenza y me vas a matar! ¿Lo oyes? Sigo en este mundo porque Dios lo quiere así, por que si yo no estuviera, ¿qué iba a ser de ti?, ¿eh?, contesta, ¿qué harías tú sin mí?, ¡si ni siquiera sabes lavarte los dientes solo! ¿Este es el pago que recibo por desvelarme toda mi vida por ti?
—No mamá… —responde compungido y culpable Manolito.
—¡Cállate, mal hijo! ¿Es que ya no respetas ni cuando tu madre está hablando y aconsejándote lo mejor?, ¡ah, agf…! ¡Aire, me falta el aire!, mira a ver…si está abierta la llave del oxígeno…me aho…go.
Manolito comprueba el paso del oxígeno de la botella que hay junto a la cabecera de la cama y está todo correcto.
—No le pasa nada a la llave, mamá.
—A la llave no, pero a mí sí; me vas a matar tú antes que la enfermedad. Hijo, tienes tu tienda, tienes tu casa, y lo que es más importante; a tu madre, ¡la madre que te parió!
—¿Me estás insultando, mamá?
—Es una forma de hablar, ¡idiota!, te estoy diciendo que qué necesidad tienes tú de complicarte la vida con una mujer, si tienes en casa a la única que de verdad va a mirar por ti. ¿Es que no ves que cuando yo falte, esa lagarta te va a echar a la calle y se va a quedar con la casa? ¡Si esas no buscan otra cosa que arruinar a tontos como tú! ¿No te das cuenta que tú no eres un hombre atractivo para las mujeres y si alguna te hace caso es porque quiere sacarte algo? Créeme hijo, yo sé lo que digo; tu eres de esos hombres buenos, pero que no gustan a las mujeres. Me da pena decírtelo… pero no les gustas, ¡ya está dicho!
—Pues a Candela no le disgusto… —intenta replicar el pobre Manolito.
—No le disgusto, no le disgusto…! ¡Tú que sabrás lo que le gusta a una mujer, si nunca has estado con ninguna!
—Porque tú no me has dejado nunca mamá —intenta defenderse cándidamente Manolito—, siempre que te he presentado alguna le has encontrado defectos, le has hecho la vida imposible y no me ha durado ni dos semanas. ¿No era buena Teresa?
—¡Una puta!
—¿Y Mari Carmen?
—¡Otra puta!
—¿Y Antonia, también era mala?
—¡Un putón!, esa era la peor de todas —responde la madre encolerizada y ahogada por la tos. Luego toma aire con dificultad y continúa:
—¿Porqué no sigues?
—Ya no hay más —se lamenta Manolito.
—¿Lo ves? Ahí quería llegar; tres mujeres en casi cuarenta años.
—Treinta y ocho, mamá.
—No seas imbécil ¿Qué importancia tiene año arriba, año abajo? Lo que importa es que tengo razón; tres mujeres, en toda tu vida han visto algo en ti, ¡tres!
—Cuatro con Candela —puntualiza orgulloso Manolito— ¡No he perdido tanto el tiempo! ¡Es que tú lo ves de una manera…!
—No hagas que te diga alguna barbaridad, tú lo que tienes que hacer es estar más por tu trabajo y por tu madre, ¿lo oyes? Mira como me tienes; inútil en la cama, muriéndome por tu culpa. Sí, todo lo que tengo me viene de cuando estaba embarazada de ti, que pesabas como un burro y tenías la cabeza, durante todo el embarazo, presionándome la cadera. Nunca he podido dormir un solo día desde que naciste; de los dolores. Y si no era por los dolores, por cuidarte, para que nadie pudiera decir nunca: “mírala, no ha sabido criar a su hijo”, “¡claro, como se quedó viuda tan joven…!”, “¡donde falte un padre…!”, por eso he hecho cosas que ninguna madre haría por su hijo; te di el pecho hasta que cumpliste catorce años ¿o ya no lo recuerdas, desagradecido?
—No hace falta que me lo recuerdes a cada momento mamá.
—¡Sí, hay que recordártelo para que sepas la madre que has tenido! ¡Argf…! arfgsh!, aire, me ahogo… ¡Dios mío, ahora no, no hagas que me vaya ahora que tanto me necesita mi hijo! ¡Arg…! ¡Argf…! ¡M-m-mm…!
—¡Mamá!, ¿qué te pasa?, ¡mamá, di algo!
Jacinta está pálida como un cirio, la boca abierta busca oxígeno y sus ojos desorbitados parecen mirar a su hijo acusadoramente, inquisidores.
Manolito da un brinco asustado con intención de socorrer a su madre. Al levantarse de la silla, su pie deja de presionar la pequeña tubería de plástico que suministra oxígeno a Jacinta desde la botella. Al entrar una nueva bocanada de aire a través de los orificios nasales de la moribunda, reacciona con un espasmo, como si se quisiera aferrar a la vida, pero es inútil; su corazón se para en ese mismo instante.
Manolito como es un inútil no hace nada, solo mira paralizado. No está acostumbrado a tomar decisiones sin el consejo de su madre, por lo que permanece inmóvil, observando impotente el rostro desfigurado de Jacinta muerta.

No te preocupes mamá —dice sollozando Manolito—, te dejaré como una reina, si algo conozco bien es mi oficio. No te reconocerá ni la madre que te parió.



1 comentario:

Fran Rueda dijo...

Dos madres posesivas, pero los resultados diferentes: una con un casi síndrome de Münchausen y asesina en potencia, y la otra castrante e incapaz de perder el poder y el dominio sobre su hijo, incluso estando en las últimas.

No sabría con qué historia quedarme. Es más, no voy a elegir, me quedo con las dos.

Saludos a los dos.

Entrellat