martes, 29 de julio de 2008

Corazones débiles







Si las despedidas suelen ser traumáticas en sí mismas, la nuestra fue doblemente dolorosa.
Recuerdo aquella tarde horrible. Llovía a mares y las calles estaban desiertas. Todos a cobijo de las inclemencias, ignorando nuestro dolor.
Te vi acercarte, protegida por tu paraguas y un impermeable rojo. Yo estaba parapetado bajo un balcón, en el portal de un establecimiento cerrado al público. Cuando estabas a pocos metros de mí salí a tu encuentro y empapado me abracé a ti. Tu soltaste el paraguas para abarcarme con tus brazos y así permanecimos interminables minutos bajo la lluvia; apretando nuestros cuerpos, llorando, besándonos.
No había otra opción; debíamos separarnos para siempre. No disponíamos de más de quince minutos para decirnos las últimas palabras. Como si eso fuera tan fácil. No dijimos nada; ni tú ni yo. Sólo las lágrimas y gimoteos de ambos expresaron lo que sentíamos.
Luego recogiste el paraguas y te alejaste sin más. Te fuiste sin volver el rostro atrás, hasta que al doblar una esquina desapareciste para siempre.
Yo permanecí allí por un largo tiempo, sin saber que hacer ni a donde ir, calado hasta los huesos; pero no sentía frío, no sentía nada.
Es cierto que en casa me esperaba mi familia, esposa e hijos. Es cierto que no los iba a abandonar. A ti te ocurría lo mismo.
Nunca supe a ciencia cierta como comenzó todo. Sin darme cuenta estaba embarcado en una aventura contigo y te hiciste imprescindible en mi vida. Jugué al doble juego de los sentimientos enfrentados. Quería a mi esposa, te quería a ti; dos cariños incompatibles entre sí.
Esa misma historia era la tuya, estábamos atrapados en una doble vida. Debíamos fingir a diario. No mentíamos a nuestras parejas pero no les decíamos la verdad por temor.
Cuando por cauces ajenos a nuestra voluntad supieron lo que ocurría, decidieron por nosotros sin darnos opción y consentimos en ello. Fuimos cobardes. Fueron ellos mismos quienes pusieron las condiciones, querían que la situación se resolviera de forma civilizada; nos separaron para siempre. Ese fue el pago a nuestra falta.
Ahora vives en mí, dentro de mí. Cuando te recuerdo aparece la lluvia de nuevo y lo oscurece todo y mi cara se inunda otra vez como aquel día, pero ahora de lágrimas; lágrimas secas, figuradas. No puedo exteriorizar la nostalgia, no puedo herir a los míos de nuevo. Otra vez fingiendo, haciendo creer una normalidad que no lo es.
Moriré con tu recuerdo presente siempre, indestructible con el paso del tiempo y la distancia.
Morirá la mitad de mí, la otra se fue contigo aquel día.


1 comentario:

Monelle/Carmen Rosa Signes dijo...

Una excelente narración regada con la más tierna de las historias. El amor inmortal de quién ve truncado ese sentimiento, de quién ha perdido el derecho a rechazarlo, a consumirlo. Un amor eterno y hermoso. Felicidades. Saludos amigo.

Carmen