martes, 23 de agosto de 2011

Un libro muy oportuno





Agustín Ligero de Vareta había conseguido por fin su sueño más acariciado; ya tenía su primer libro editado. Cierto que no era un best-seller, era una obra modesta de 120 páginas, y autoeditada para más señas, pero no dejaba de ser un libro físico; de papel, bonitas cubiertas y con su nombre bien visible en la portada. “Un hombre en aprietos”, se titulaba y si bien no era como para tirar cohetes se podía soportar su lectura. Algo flojo el argumento y menos logrados los diálogos pero algunos acertados golpes de efecto , de cierta originalidad, le concedían el indulto necesario a la obra para que sus más allegados no le retiraran la palabra ante tamaña osadía;
“¡ Agustín, chofer de autobús, escribiendo un libro!”

Sea como fuere, y mediante el sistema de autoedición, vio cumplido su deseo y ya podía darse el gustazo de ir a cualquier lugar con su libro bajo el brazo, ojearlo de vez en cuando sentado en una terraza de un bar mientras degustaba un refresco, leer algunas páginas-o hacer como que leía-en la sala de espera del ambulatorio de su barrio mientras esperaba ser atendido por su médico de cabecera.

Un éxito, un verdadero éxito a nivel personal, nadie de sus conocidos o familiares había escrito un libro nunca, ¡solo él! Por ese motivo precisamente era por el que más antipatías cosechó; esa malsana envidia de los más allegados que no suelen perdonar fácilmente iniciativas de ese tipo en alguien de su entorno.

Agustín y su entusiasmo, los dos a una, llegaron hasta el mes de Agosto, fecha en la que empezaban sus vacaciones. Aquel año, y sintiéndose ya artista, decidió que el lugar que le correspondía era París, atraído por la Bohemia y todo eso que había escuchado tanto a lo largo de sus cuarenta y cinco años. No lo dudó ni un momento y hasta allí se desplazó-solo, ya que era soltero por vocación-en un vuelo desde Barcelona, vivía en Cornellá.

En el trayecto no se separó un solo segundo de su preciado tesoro, lo ojeaba, lo leía y releía, siempre con la esperanza de que algún pasajero o personal de vuelo , como una azafata por ejemplo, le hiciera la ansiada pregunta: “¿Este libro lo ha escrito usted?”. No hubo suerte, nadie le preguntó ni siquiera la hora, nadie le prestó atención en ningún momento y menos aún a su libro.

Una vez ya en París correteó cuanto le fue posible, visitando los lugares típicos y tópicos de los que tenía referencias por el cine y la literatura, hasta que , una vez ubicado ya en la ciudad y conocedor de avenidas, monumentos y líneas de metro, se decidió a llegar hasta la cima del Olimpo del Arte y de los artistas, Mont- Martre.

Quedó maravillado del ambiente que se respiraba, se notaba en el aire que allí hubo la presencia de los más grandes intelectuales y artistas del siglo, creo que, diez y nueve. Cierto que ya solo quedaban pintores y caricaturistas argentinos pero él creyó encontrarse en su propia salsa; ese era su mundo, pertenecía a aquel lugar en espíritu.

Paseando por las callejuelas y visitando los rincones más carismáticos llegó la hora en que su estómago demandaba repostar las energías gastadas. Entró en un restaurante muy cercano al Sacre Coeur, ese que está enfrente y en una esquina, uno que tiene un pequeño porche elevado con baranda y algunas mesas en el exterior de cuyo nombre no puedo dar detalle porque la verdad es que no lo recuerdo. Pidió conejo a la cazadora, que supongo que en francés será impronunciable, y un vino francés de esos que tratan de competir con los nuestros. De postre un mousse de limón.

Al terminar se sintió satisfecho, pletórico. Se encontraba en un lugar en el que muchísimos años atrás acudían grandes hombres que dejaran huella en la literatura, en las artes. Algo así como él mismo.

Pidió un café y mecido por las notas de un piano que se encontraba junto a su mesa, y en el que un personaje, con toda la pinta de haber sido un bon vivant, tocaba de forma compulsiva mientras ojeaba una revista del corazón como partitura, la conocidísima, ¡On Paguíiiiiiii….!

El ambiente era perfecto; el café humeante, la rotunda imagen del Sacre Coeur tras una ventana, el piano, la decoración con alegorías a los más famosos personajes que desfilaron por el local en la época de esplendor…¡Y su libro! “Mira, hermoso mío; siglos de cultura te contemplan” . ¡Qué más podía pedir!

En esas estaba cuando un repentino retortijón, de esos que mi amigo Monta, el taxista, llama “un pellizco”, le hizo saltar de su asiento como impulsado por un resorte y dirigirse a toda prisa hacia la toilette.

Casi no llega a tiempo. Entró en el estrecho cubículo, se sentó en la taza del water y descargó una andanada de órdago.¡”Qué alivio!”

¿Sería a causa del conejo? ¿El "mus" de limón tendría la culpa? ¿El café tal vez? Daba igual, ya estaba aliviado y lo único que importaba era limpiarse y volver a la mesa disimulando, como si nada hubiera ocurrido.

¡”Mierda”!Sí, mierda; no había por ninguna parte rollo de papel higiénico. ¿”Y ahora qué”?
Situación desesperada, de esas que se te cae el Mundo encima: “¿Llamo a un camarero?, ¿me limpio el culo con un calcetín y luego lo tiro al water? ,¡qué barbaridad!, ¡no!, me niego a todo eso. Además, ¡voy en sandalias y no llevo calcetines!- de repente una idea pasa por su cabeza como una estrella fugaz- ¡Dios santo, eso no!”

No había otra alternativa; tenía su libro en las manos. Nunca se alejaba de él. Un libro con 120 hermosas páginas de papel, nada más y nada menos. ¿Porqué Señor? ¿Porqué me haces esto?-casi grita si no fuera porque se mete un puño en la boca para contener el desgarro que siente ante la terrible idea de sacrificar su más preciado tesoro.

Necesitó la friolera de cinco páginas de su obra para culminar con éxito el aseo anal. Lo hizo arrancando una a una las cinco primeras, lo hizo así porque en un análisis rápido de la situación, para calibrar el daño, optó por el comienzo ya que , según su consideración de erudito, era la parte más floja, en la que menos se lució en la prosa.

Una vez terminado salió de allí con lágrimas en los ojos y pesar en el alma;¡Se había limpiado el culo con su propia obra! ¿Significaría aquel acto involuntario, pero necesario, una metáfora sobre su trabajo literario? No tuvo tiempo a reaccionar cuando, lavándose las manos y habiendo dejado su preciosa obra apoyada en una repisa, llegó alguien apretándose con una mano el vientre, cogió el libro y se encerró en el cagadero a toda prisa.

Cuando Agustín Ligero de Vareta reaccionó y fue a recriminar al aparecido la sustracción de lo que era suyo, escuchó una explosión sorda, de inequívoco origen. Ya no había solución.

Salió de allí hundido en la miseria para refugiarse con su dolor en la habitación del hotel en que se alojaba de la Place de la République.

No salió de allí hasta tres días después en que partía el avión que lo devolvería a Barcelona. En su cabeza repiqueteaba una y mil veces el título de aquella película, o tal vez novela; o las dos cosas juntas, la verdad es que no lo sabía con certeza: “¿Arde París?”

6 comentarios:

alberto flores dijo...

jajaja muy bueno , la mayor parte de nosotros nos sentimos identificados en esos pensamientos de grandeza cuando hemos realizado algo con nuestro esfuerzo, pensamos que por el mero hecho de salir a la calle, ya nos estarán mirando o señalando por nuestra nueva adquisición, obra,coche,etc., después sigue la fustracción por que no nos hace caso ni dios, pero esa parte no la contamos, yo me veo en el personaje , pero lo negare desde este mismo instante jajaja

Anhermart dijo...

Alberto:
Estoy encantado de tu visita a mi blog.
De vez en cuando me suelo hacer a mí mismo una especie de cura de humildad para ponerme en mi sitio y de paso dar un aviso para navegantes, que nunca va mal.
Me ha hecho mucha gracia tu comentario, veo que no pierdes ese estupendo sentido del humor que es el motivo por el que siempre he conectado contigo de manera especial.
Un abrazo y pásate por aquí de vez en cuando.

pedro dijo...

MIRA, LO QUE LE HAS HECHO A ESE MAGNÍ-
CO ESCRITOR NO TIENE PERDÓN NI DE DIOS NI DE NADIE. HOMBRE ! , PERO ES QUE ESTAMOS LOCOS O QUÉ !;PERO SI ESTABA EN TUS MANOS EL QUE TODO FUERA
BIEN, Y MIRA COMO HA ACABADO.
LO SIENTO MUCHO POR EL ESCRITOR ESE, DE VERDAD. POR CIERTO SABES SI HA VUELTO A PUBLICAR ALGO MÁS?.

Anhermart dijo...

Pedro:
Sí que ha publicado varios libros, si.Necesitaba esa cura de humildad. ¡Ah!, sé de otro (o tal vez sea el mismo) que vendió solo un libro y el que lo compró (sería casualidad , o no)cuando lo terminó de leer se tiró por el balcón.
Gracias por entrar , leer y comentar.
Un abrazo.

Lluís dijo...

No solo le serviría de terapia contra su falta de humildad, también contra su mitomanía respecto al libro, "quién a hierro mata a hierro muere": en este caso es él quien hincha de valor los actos simbólicos relacionados con su libro, como el hecho de editarlo físicamente, llevarlo a una meca de la cultura, vivir junto con su obra( física) donde vivieron los grandes... finalmente pués es él quien se lava el culo con sus hojas, y solo él, también aquí, le dá todo el valor simbólico al acto.

Anhermart dijo...

Lluís:
Gracias por pasarte por aquí y comentar.
Un abarazo