Hace mucho tiempo que vengo observando en todos mis viajes de vacaciones, tanto por España como por el extranjero, que existe una raza de clones de Hemingway que están en todas partes. Esta subespecie se caracteriza por una estética e indumentaria que los hace inconfundibles.
Llevan siempre alguna prenda paramilitar ya sea chaleco sin mangas o sahariana de color parduzco tirando a uniforme de la revolución cubana, como gorra de visera alargada a lo Che, jamás les falta una barba canosa y por descontado una cámara antigua de fotos. Estés en La Habana, en Budapest, Praga, París o Venecia es imposible no encontrarse con algunos de ellos siempre.
Esta gente sin personalidad, que tanto empeño ponen en ser alguien que no son, me aburren porque me los encuentro en todas partes y siempre parece que esté acompañado en mis viajes por las mismas personas, sea en el entorno que sea. Estos personajes ya huelen y es por esta reflexión que les he puesto un nombre para distinguirlos como colectivo: "El Club de los Hemingüeles".
Cuando estamos de viaje por esos mundos, y como cuento con la complicidad en este tema de mi amigo José Luís, en las ocasiones en que coincidimos, le suelo preguntar: “¿Aún no has visto ninguno?”, es terminar de hacer la pregunta y ya tenemos al de turno asomando por una esquina la visera de la gorra y la punta de su nevada barba. No hay manera de librarse de ellos, están por todas partes, son legión.
Hemos llegado a pensar que toda esa indumentaria no es más que una artimaña para disimular sus enormes barrigas; como no pueden imitar a Fred Astaire no les queda otra alternativa que hacerlo con el orondo Ernest Hemingway. Es más fácil, ya digo; gorra, uniforme, barba…y siempre un aire como distraído, creyéndose de verdad el personaje y tratando como de pasar desapercibido; como suelen hacer los divos, famosos y personajes de renombre.
Curiosamente siempre van acompañados de su pareja y da la impresión de que ellas también están en el papel, que son conscientes de la admiración que despierta a su paso el Hemingüele de turno y adoptan un aire como de primera dama, caminan absortas, dignas; seguras de su magnetismo, de que, aunque disimulemos los que les tenemos cerca estamos pensando: “¡Es clavado a Él!”
Ya digo, me aburren. Los encuentro cansinos y repetitivos y me molesta viajar siempre a todos lados con ellos como compañeros de viaje.
¡Ah!, seguro que la mayoría de ellos no ha leído nunca nada del escritor al que tanto tratan de imitar. Y si han leído alguna vez que en una partida de Póker con unos amigos suyos declaró seriamente haber matado a unos ciento cincuenta prisioneros de guerra y siguen imitándolo y admirándolo…entonces , más que nunca, me ratifico en la denominación de origen que he acuñado para ellos, porque siendo así “güelen” de verdad.
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