La alfombra es azul. No hay duda posible.
Hago esta aclaración de entrada para que el lector no se lleve a engaño o tenga la desafortunada tentación de pensar en que el color de ese objeto es azulado, azul tirando a verdoso…¡No!, es azul y punto. ¡Nada de ambigüedades! Lo mejor es poner las cosas en su sitio desde el principio. A partir de ahora cuando yo, el narrador, diga algo o describa objetos y personas, el lector debe interpretarlo al pie de la letra. Si no está dispuesto a seguir mis pautas mejor será que termine aquí su lectura y se dedique a otro quehacer que le satisfaga más.
Cuando llega el inspector de policía a la lujosa mansión, de ricos que amasaron su fortuna explotando a otros menos favorecidos, lo primero que llama su atención son las marcas de color rojo que recorren longitudinalmente ,y en dirección a la biblioteca, todo el estampado persa del tejido que cubre casi la totalidad del suelo cerámico de la sala de estar.
—¿Porqué comienzan y terminan las marcas rojas en ambos márgenes de la alfombra señora Iturbe?¬ —pregunta extrañado Camilo Huertas, el inspector.
—Eso tendrá que averiguarlo usted, ¿cómo quiere que yo lo sepa? —responde con impertinencia la dueña de la casa abriendo exageradamente la boca y los ojos, arqueando las cejas y contorsionando todo su voluminoso abdomen con cada palabra que pronuncia.
—Aquí ha habido un crimen, señora.
—¿Qué crimen? ¡Aquí no hay ningún muerto!
—Eso lo dirá usted, pero sepa que la última palabra la tengo yo. Yo decidiré si lo hay o no lo hay, ¿entendidos?
A mí personalmente siempre me ha disgustado ese tipo de persona que en lugar de favorecer las cosas utiliza el sarcasmo con su interlocutor “El sarcasmo es el refugio de los mediocres”, dijo alguien hace tiempo. Si ese alguien no lo hubiera dicho ya, tenga por seguro que lo habría dicho yo. ¡Y encima gorda! Sí, la señora Iturbe es gorda. Lo es en este relato porque así lo he decidido y no hay vuelta de hoja; gorda.
Dos cosas:
1—como narrador estoy juzgando ¡y qué!
2—no es políticamente correcto hablar en tono peyorativo sobre el físico poco agraciado de alguien.
Esto es lo que suelen opinar la mayoría de enterados pseudointelectualoides del panorama literario actual pero a mí es algo que me la lleva floja porque el escritor debe ser libre y tomar las riendas de lo que hace, piensa y discurre, crea e inventa y a este autor en particular le apetece en este preciso momento hacerlo y lo hace. ¿Estamos en una dictadura y no me he enterado? Que yo sepa hay libertad de expresión y por supuesto que voy a ejercer ese derecho.
“¿Tienes algo contra las gordas?”, me preguntaría ahora el cansino de turno si lo tuviera a mi lado. Yo le respondería: “yo puedo tener contra quien quiera lo que me dé la gana”. Como no tengo a nadie cerca ahora mismo, se lo digo a usted, al lector.
Ya sabe…si no le gusta lo que está leyendo…
Bien, el inspector atraviesa la estancia observando todo con detenimiento hasta llegar a la biblioteca.
—Señora, aquí está ocurriendo algo que no sé como calificar.
—¿De qué se trata? —pregunta ella con interés fingido.
El inspector se ha vuelto en dirección a la sala y señalando con el dedo índice de su mano derecha (no la izquierda), apunta al suelo de cerámica blanca donde, misteriosamente, han aparecido nuevas huellas rojas.
—Esas pisadas no estaban ahí hace un momento—. Dice, con entrecejo incluido.
—¡Por favor! —responde la señora Iturbe—¿No se da cuenta, inspector, que las ha dejado usted cuando, sin miramiento alguno, ha pisado la sustancia viscosa de la alfombra?
—No se pase de lista conmigo, yo sé donde pongo los pies. Esas huellas no son mías, mire—. El inspector alza un pie y la suela de su zapato está limpia.
—Levante usted el otro pie y comprobará que es como yo digo—. Dice ella poniendo al hombre ante un reto intelectual.
—No lo voy a hacer, basta con mi palabra; esas huellas no son mías y punto. Conozco mi oficio y usted no me va a enseñar como se lleva una investigación.
De nuevo tengo que intervenir porque hay cosas que me enervan. ¿Porqué siempre hay gente que trata de ridiculizar al profesional cuando está enfrascado en su cometido? A la gente le encanta destacar, en tertulias y corrillos de bares y patios de vecinos, que “aquél médico no supo encontrarle lo que tenía” , que “aquel profesor de Historia no daba una cuando jugaron una partida de Trivial, ¡ tantos estudios y tanta carrera y luego no acierta ni una, ja, ja, ja,!”. A la gente le divierte mucho que alguien que tiene notoriedad por alguna virtud, luego sea un fracaso en otros ámbitos de la vida. Disfruta explicando que los bomberos tardaron más de media hora en llegar al lugar del siniestro, que la policía siempre llega cuando se han marchado los delincuentes…etc. La gente, en muchas ocasiones, parece imbécil y esta señora de mi relato es una de ellas.
Se puede ser delgado o delgada y a la vez imbécil, o inteligente, pero se da la circunstancia que la señora Iturbe es gorda e imbécil. Yo soy delgado pero no imbécil, esas cosas no se pueden cambiar, no todos somos iguales, afortunadamente.
Pero a lo que vamos:
—¿Dónde se encontraba usted en el momento en que ocurrió el hecho? —interroga inesperadamente el policía.
—¿Qué hecho?, que yo sepa aquí lo único que tenemos es una alfombra manchada de algo de color rojo.
—¡El crimen, señora. El crimen!
—Yo no veo ningún muerto, inspector.
—Alguien se habrá encargado de hacerlo desaparecer, pero aquí ha habido un muerto, ¡cómo quiere que se lo diga! ¿Tiene usted algún horno en el sótano?
—¿Cómo lo sabe? —pregunta ella sorprendida.
—Todos los caserones tienen uno y en todos los crímenes se hace desaparecer el cuerpo incinerándolo en él. Así de fácil. Ya le dije antes que conozco mi trabajo—. Aclara ufano el inspector. Después de esas palabras, y por el subidón de su propia autoestima debido a verborrea y aclaración tan certera, según su criterio, saca un cigarrillo de la pitillera de alpaca que guarda celosamente en uno de los bolsillos de su americana, lo enciende con un vulgar mechero Bic de plástico de color verde y traga, acto seguido, una profunda y larga bocanada de apestoso humo de tabaco negro Ducados mientras es seguido por la mirada escandalizada de la señora Iturbe que no da crédito a tamaño atrevimiento: ¡fumar en su propia casa…y sin pedir permiso!
—¡Apague usted eso inmediatamente! —ordena colérica.
—¡Ya estamos con las tonterías!, en todos los trabajos se fuma, señora. Tiene usted un crimen y un cadáver en su propia casa y no se preocupa de otra cosa que de mi cigarrillo. ¡Qué incoherencia! ¿Por casualidad fumaba el difunto?
—¿Qué está insinuando inspector?
—Yo no me insinúo nunca, me limito a preguntar; ese es mi trabajo. Le he preguntado si…
—Ya lo he oído—contesta la gorda apretando los dientes—, pero no le voy a contestar a esa impertinencia.
—No se pase conmigo y no me vaya de lista porque a la gente como usted la tengo clichada y no se me escapa que sabe mucho más de lo que da a entender.
Recapitulemos: tenemos una alfombra (recordará el lector que es de color azul) manchada de sangre, unas huellas que la recorren de extremo a extremo. No tenemos cuerpo, pero…—el inspector se queda estático, quieto, inmóvil, paralizado y boquiabierto.
Sí, he puesto cuatro sinónimos de parado, ¡y qué?, ya he dicho antes que escribo como me apetece. Me hacen gracia todos esos “listos” que dictan normas de escritura: “Hay que huir de las reiteraciones, no se puede poner: “la noche era negra, oscura como boca de lobo”. Sí, se puede hacer eso y también se puede plagar de adjetivos calificativos un relato si al escritor (Dios en ese momento) lo cree necesario. Voy a hacer uso ahora mismo de ese privilegio.
Sigamos:
La regordeta y obesa señora, especie de mole enormemente engordada por la engrosada y excesiva cantidad de comida ingerida a diario, se pone hecha una fiera enrabiada al escuchar las palabras, que desde su posición de estatua inmóvil, dice a continuación el inspector observando el suelo de la biblioteca:
—Queda usted detenida por asesinato señora Iturbe.
—¿Pero qué demonios…? —balbucea ella sin comprender.
—Estas nuevas huellas en el suelo de la biblioteca la delatan e incriminan. Vamos, derrúmbese, baje de ese pedestal de soberbia en el que se ha instalado y se encuentra tan cómoda y confiese de una puñetera vez.
Al fondo de la sala-biblioteca hay una puerta que da a algún lugar. No tengo porqué describir ahora todo el edificio, es obvio que hay otras dependencias pero para el caso que nos ocupa es irrelevante conocerlas al detalle. Lo que sí es interesante saber o conocer es que las nuevas huellas, descubiertas tan sagazmente por el inspector, vienen de detrás de esa puerta y siguen hasta el mismísimo centro de la estancia en la que ahora se encuentran.
—¡Ya lo tengo! —casi grita el investigador y buen sabueso policía, o sea el inspector— Justo donde se acaban esas manchas o huellas de zapato ensangrentado es donde antes se encontraba la alfombra azul de la sala. Alguien mató a alguien. Aquí mismo, sobre la alfombra, ese alguien sacó el cuerpo chorreando sangre por esa puerta, lo incineró en el horno del sótano, luego volvió sobre sus pasos, manchó el suelo hasta llegar a la alfombra (azul) y cuando descubrió que dejaba huellas se descalzó, una vez enrollada la alfombra la desplazó hasta la otra estancia con los pies descalzos o desnudos para no dejar rastro. Eso lo explica todo. ¿Dónde está su esposo? ¿Pesa poco? ¿Está la caldera de la calefacción en marcha? —el inspector está exultante por el talento demostrado en sus apreciaciones y deducciones tan acertadas.
—Uno: soy soltera.
Dos: quien no existe no tiene peso alguno.
Tres: la calefacción está apagada porque estamos en Agosto.
Y cuatro: ¿Está usted loco, por casualidad? —responde la señora mirando al suelo con gesto de resignación.
—¿Dónde se encuentra en estos momentos su mayordomo?
—No tengo mayordomo, ¿para qué necesito un mayordomo si vivo sola en esta casa?
—Me lo está poniendo muy difícil señora; si no hay mayordomo solo me queda usted como sospechosa, A no ser que tenga jardinero.
—No.
—Ama de llaves.
—No.
—¿Personal de limpieza?
—Rian de rian—.responde socarrona la señora Iturbe disfrutando de la situación en la que el inspector no da una a derechas.
—¿Está usted loca?
—¿A qué viene eso ahora? —responde ella desconcertada.
—Si no tiene nada de todo eso, ¿porqué vive usted en una mansión como esta? ¿porqué mata a gente en su propia casa? ¡No entiendo nada, créame! —de pronto el inspector se detiene, algo inesperado llama poderosamente su atención—¿Porqué tiene sangre ahí?
—¿Dónde? —pregunta a su vez ella con recelo en el rostro.
—En los zapatos y en las medias, los tiene usted impregnados, ¿no lo ve? Antes no los tenía así.
—¡Márchese ahora mismo de mi casa! —grita espantada la señora Iturbe.
—Entonces, ¿porqué me ha llamado esta mañana?
—¡Yo no lo he llamado para nada!
—¿ ? —Caso resuelto, buenos días—.Concluye el inspector al tiempo que se dirige a la puerta de salida, no sin antes dejar como reproche—: así no se puede trabajar, ¡un poco más de seriedad por favor!
No esperaba este final, ¿verdad? Seguro que piensa que es flojo y que todo el relato en sí es una patochada, una situación surrealista mal llevada. ¡Eso!, eso precisamente es lo que me fastidia de los que creen que tienen un inmejorable criterio sobre las normas de escritura; esto está bien, esto no. Yo lo haría así y no de esta otra forma, ¡qué inteligente se cree, ¿no?¿Usted lo haría mejor? ¡Pues venga, manos a la obra y a ver como nos sorprende a los pobres aficionadillos!
Pues que sepa que yo no escribo al dictado de nadie ni de nada, normas ortodoxas de literatura incluidas, yo escribo así y si no le gusta ya sabe, ya se lo advertí al comienzo.
¡Ba, no me voy a molestar más en disculparme! Lo dejo aquí y punto pelota.
9 comentarios:
ja,ja,ja,... me ha recordado tu relato -narrador- a una entrevista que le hicieron a D. Camilo (por supuesto CJ Cela) y que ví en la tele, en donde él, muy alterado contestaba que escribía siempre lo que le daba la gana precisamente porque le daba la gana, y que lo escribía como le daba la gana, sin tener en cuenta la opinión de nadie... ya sabes como era Cela !genio y figura!... anonadó literalmente al periodista que le entrevistaba.
...ja,ja,ja, anda que menudo narrador, y no te digo nada de la señora y del inspector, claro, es lo que pasa cuando no hay mayodormo, que sale tó completamente desatinaito.
También tengo que decirte que me ha gustado tu acuarela, la idea de que todo lo del blog sea tuyo -o escrito o dibujado- me parece fantástica, !eres un artistazo chiquillo!
Un besote enormeeeeee
Jajajajaja.No sé si seré capaz de describirle cuánto me he divertido.
Pero como el prota dice, yo lo digo así y ¡punto pelota! (haciendo uso de una expresión muy de moda y bien usada por algún tipo de protagonisa femenina, pero delgada, eso sí).
Puede que no sea un texto ortodoxo pero ¿a quien le va a importar?, a mí no, desde luego, a pesar de que soy ex-fumadora de Ducados y gorda.
Cosas de la vida que no deben peocuparle lo más mínimo. Siga haciendo lo que le de la gana.
Yo, enretanto, le podré decir lo que quiera también, incluso a pesar de todas las adjetivaciones sobrantes.
Bicos
apm:
Gracias por tu aportación, simpática como siempre.
Besos.
Señora Fonsilleda:
¿Ahora nos tratamos de usted?
Muchas gracias por comentar y por esas carcajadas.
Me encanta ese buen sentido del humor gallego que tiene, señora.
Beso su mano.
Bueno...me encantó esa complicidad de pensamientos y redacción del relator...jajajja parece que me hice un lío!!
La cuestión, queridísimo escritor, es que pienso al igual que tú, uno debe escribir como se le da la gana, y el que lee ,lee...
Tus textos como siempre en una dinámica livianita que atrapan.
besitos
soni
Jajajaja. El usted, supongo que vino rodado del texto.
Sepa usted, que para mí usted es tu.
Bicos
Sonia "Antobella":
Siempre agradecido por tus visitas desde el otro lado del Atlántico, siempre halagado por tus comentarios y por el hecho de que leas mis escritos.
Besos.
Muy bueno! Felicidades.
Fran Antón:
Gracias por comentar y bienvenido a mi blog.
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