miércoles, 10 de febrero de 2010

El callejón sin salida









El objetivo me ha descubierto, sabe que lo sigo y dobla la esquina para esquivarme. Su estrategia falla; está en una ratonera. Lo que ha encontrado es un mugriento y oscuro callejón sin salida. No tiene escapatoria. Cuando lo advierte es tarde y yo estoy a cinco pasos de él. A su espalda no hay más que un muro de ladrillo.

Hasta este momento no he tenido tiempo para pensar; lo he ocupado todo en rastrear a ese hombre como un sabueso.

Ha llegado el momento de actuar, me digo a mí mismo como una orden. Como respuesta solo me quedo inmóvil, mirando a la victima.

Dudo.

No creí que fuera tan difícil hacerlo. Estaba seguro que cuando me enfrentara a esta situación no vacilaría en llevar a cabo el encargo pero me doy cuenta que no; que no puedo hacerlo ahora que lo tengo frente a mí. Me ha mirado a la cara; en sus ojos veo el miedo.

Está aterrorizado porque intuye a lo que vengo y es como si lo aceptara como algo inevitable. Pone su vida en mis manos con total indolencia, no hay resistencia por su parte. Tampoco implora para que no lo mate, por el contrario se pone de rodillas y después de mirarme a los ojos intensamente baja la cabeza y se entrega.


Mi mano tiembla dentro del bolsillo de mi abrigo, tomo el revólver y lo vuelvo a soltar como si me diera una descarga eléctrica; así una y otra vez hasta cuatro. Él sigue en esa posición, sumiso y derrotado y yo, sabiendo que éste no es el momento, pienso en cómo he llegado hasta aquí.

No quiero saberlo y desecho esa vía. Trato de enfriar mi cabeza, centrarme en mi cometido y agarro con firmeza otra vez el arma. Saco mi mano del bolsillo empuñando el revólver, casi decidido a hacerlo…


No puedo. Él no se mueve, no gimotea, parece convencido de que ya está muerto y no hace el menor movimiento a la espera de lo inevitable.

Siento asco de mí mismo, ¿acaso soy Dios para decidir quien vive o quien muere?
No, no estoy preparado para esto. Pero ha visto mi cara, eso es peligroso. No importa, aún así no lo voy a hacer.

Ahí queda él, en la misma postura. Me alejo hacia el fondo del callejón para doblar la esquina y abandonar aún dudando si hacerlo o no.

Trato de poner la mente en blanco.

La detonación es tan fuerte que siento que me sangran los oídos.

2 comentarios:

Lluís dijo...

Juegas con cierta ambiguedad todo el relato, sin dar datos concretos sobre quién es y qué quiere el protagonista, al igual que el segundo personaje, cosa que hace que tenga que releer cada frase y cada párrafo por si me he perdido algún detalle o doble sentido, hacia el final del relato a uno ya le parece que tiene claro que la situación es simple y no va a haber mas sorpresas que las que pueda decidir el protagonista, que se limitan a dos: "si" o "no". Y nos sales con lo inesperado.

Está muy bién que hayas puesto:

[Trato de poner la mente en blanco.]

antes de lo que será una sorpresa tanto para el lector como para el propio protagonista, ya que así ninguno de los dos esperaba "nada".

Me ha gustado.

fonsilleda dijo...

Me he visto ahí, en ese callejón, abatida, postrada de rodillas y esperando la decisión final. Me he sentido protagonista viviendo todas las dudas del sicario: ahora sí, ahora no.
Entretanto juegas con el lector, llevándolo de la esperanza al terror, del miedo al desengaño, y nos llevas directamente al único final lógico.
Me ha encantado.
Bicos.