jueves, 29 de octubre de 2009

Vidas en derrumbe







Emilio, hombre que aparenta setenta años por su aspecto desaliñado semejante al de un mendigo y que no tiene más de sesenta, cruza rabioso como un perro la calle principal del barrio que lo vio nacer, sin apenas prestar atención a los vehículos que en ese momento circulan en ambos sentidos. Solo la pericia de los conductores evita que sea atropellado.

Ha bebido más de lo acostumbrado y la euforia provocada por el alcohol ha dado paso a la furia animal que ya padece por naturaleza. Si acaso, aumentada por hechos recientes, es ahora más patente que nunca.

En una de tantas discusiones domésticas con su esposa no supo controlar sus impulsos y la golpeó violentamente perdiendo la noción de lo que hacía.
Al menos eso es lo que él cree.

Ella le denunció por fin en un arranque no meditado de valentía y ante la evidencia de los malos tratos que mostraba en su cuerpo, el juez no dudó en condenarlo con una orden de alejamiento de quinientos metros de su esposa y domicilio conyugal.

Ahora está a menos de trescientos. Va directo a lo que él considera su propio domicilio, “diga el juez lo que diga es su casa y es su mujer”. Va con intención de “hacer lo que un hombre tiene que hacer cuando llega un caso como el suyo; cuando se le humilla de esa manera a uno y se le quita la dignidad, la propiedad… ¡La hombría!”

Emilio avanza hasta doblar una esquina orientando su cuerpo a duras penas en dirección al cercano objetivo. Una vez allí; dos bocacalles más, luego un giro a la izquierda y ya estará frente al número 27 de la calle Palma; su casa.

“Ella tiene que pagar como sea. Las cosas no son tan fáciles como cree. En esa vivienda nací y ahí moriré. ¡Nadie me echa a la calle como a un perro!”
El alcohol nubla su vista y da un aspecto espantoso a su mirada. Provoca intranquilidad en los transeúntes que se cruzan con él.

Por fin llega a su calle.
Toda la fiereza, la rabia y la irracionalidad a la que estaba sometida su mente se disipan como por un fogonazo: dos coches de bomberos, varias ambulancias y vehículos policiales invaden la calzada y aceras. Un remolino de vecinos y curiosos acompaña el paisaje dantesco que el derrumbe inesperado de un edificio ha causado.

Emilio no reacciona, está paralizado por el desconcierto y no es capaz de entender qué ocurre.
El número 27 no está.

De su mano derecha cae el cuchillo de larga hoja que escondía entre su puño y la manga de su chaqueta.

Una orgía de luces anaranjadas y azules, caras horrorizadas y escombros se filtra por sus ojos hasta envenenarle lo que le queda de cerebro.


6 comentarios:

HERMES dijo...

Pobre desgraciado con su hombría por los suelos y su casa también, tocas dos temas muy de actualidad en la sociedad ,los derrumbes de pareja y su hábitat,como siempre breve pero preciso en tus mini relatos.

Carmen Rosa Signes dijo...

Quizás haya sido mejor así, lo cierto es que no se merecía recuperar nada el desgraciado que no es capaz de ver la mala acción y la canallada que ya había realizado, y la cárcel, tampoco hubiera arreglado esa mente trastornada.
Muy bien llevada la historia Andres.
Besos amigo.
Carmen

Anhermart dijo...

HERMES-ANTONIO:
Como dice Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I de España: "Me llena de orgullo y satisfacción..." que seas uno de mis lectores siendo mi hermano,¡que ya es difícil que eso ocurra!
Gracias por leer mi Blog, por tus comentarios entusiastas y por que me da la gana.
Un abrazo.

Anhermart dijo...

Carmen Rosa:
Un beso y un fuerte abrazo (sin intenciones libidinosas, que conste)gracias por estar ahí siempre.
¿Otro beso?

fonsilleda dijo...

Crudo relato. ES un placer pasar por tu casa ya que pasas de un tema a otro con absoluta facilidad.
El drama de hoy es demasiado actual para no olvidar el escalofrío que recorre la espalda.
Preciso, casi precioso si tal cosa pudiera ser un cuento de estas características.
Bicos.

Sonia Antonella dijo...

Vidas en derrumbes a través del odio y de la supuesta hombría. Desgarrador relato, como siempre muy bien escrito.


besitos
soni