Un extraño aparato en forma de almeja surcaba el espacio infinito movido por ¡vaya usted a saber qué desconocida energía! Procedía de ni se sabe qué extraña galaxia del Universo conocido. Sus tripulantes, tan raros como su nave y de curiosos nombres: Mato, Esper y Zoide, estaban excitados por el hallazgo que acababa de hacer su radar. Después de millones de kilómetros encontrando en su camino nada más que pedruscos errantes toca pelotas, aquello les dio esperanzas. Vagaban desde hacía décadas con el propósito de encontrar alguna forma de vida, o mejor aún; encontrar el origen de la misma.
Por fin daba fruto su esfuerzo, no había duda; lo que tenían ante sus narices, en sentido figurado, era la confirmación de que aparte de ellos existía más vida, fuera en la forma que fuere, más allá de su patético planetilla.
Todo empezó cuando el agudo pitido del radar de a bordo avisó que se acercaba hacia ellos un enorme objeto no identificado, ni catalogado, ni jamás soñado por las mentes más lúcidas de sus colegas de especie. Un inmenso cilindro blanco con decoraciones rojas a lunares, del que pendía una enorme antena, se aproximaba majestuoso hacia ellos a una distancia de cincuenta kilómetros.
La escasa tripulación, solo quedaban tres debido a que su forma de alimentación era el canibalismo simbiótico y se usaban unos a otros absorbiéndose para tirar adelante, se puso en alerta para preparar la maniobra de abordaje del objeto en cuanto lo tuvieran a tiro y así poder analizarlo “in situ”. Apretaron el acelerador y en pocos minutos de nuestro tiempo se produjo el encuentro entre los dos solitarios vehículos. Uno de los tripulantes, Zoide, quedó en el interior de la nave a cargo del único mando que disponía; una especie de palanca a la que llamaban “la palante” ya que era con ella con la que imprimían velocidad y dirección al artefacto, aparte de que aquellos seres odiaban mortalmente “la marcha atrás”, por lo que no la usaban en su tecnología jamás. Los otros dos, Mato y Esper, salieron valientemente al exterior -o vacío -y se catapultaron con un dispositivo adosado a lo que parecían sus espaldas, hasta alcanzar al misterioso cilindro y quedar adheridos a él como las moscas a la miel, por no decir otra cosa.
Aunque Mato no era precisamente un Adonis, sintió cierta repugnancia al contacto, aún llevando el traje espacial, con la masa viscosa roja y caliente que rezumaba el cilindro por toda su superficie. Se aferraba como si tuviera voluntad propia a su vestimenta y casco protector, como lo hace un sello húmedo a los dedos en una tarde de verano.
—¡Llamando a nave nodriza! —dijo Mato a través de un canal semi telepático de incomprensible tecnología.
—Te recibo 69, adelante.
— Estoy sobre el objeto. Maniobra de abordaje alcanzada con éxito, pido permiso para conectar con la Base principal de nuestro mundo.
—¿Para qué 69?
—¡Esto es fantástico!, no hay duda de que estamos ante el hallazgo de una prueba autentica de que existen otras civilizaciones y por lo tanto la certeza de que hay vida más allá de nuestras existencias y quiero comunicar este trascendental hecho.
— Tú sabrás…si luego la cagas allá tú…, yo te paso con el Trapecio y allá te las compongas.
—¡Sí, sí!, tú pásame la llamada que yo ya…
El que estaba al mando de la nave accionó una especie de timbre pegajoso con forma de clítoris y estableció contacto con su planeta de origen.
—Aquí Base del Trapecio ¿Hay novedades a bordo?¬ —preguntó el jefe del proyecto espacial.
—¡Esto es un pequeño tropezón para un ser viviente, pero una gran zancada para la colectividad del mundo mundial mi General!, he posado mi extremidad inferior -la única que tenía- sobre un objeto desconocido en el que se constata sin lugar a dudas que hay vida —.Soltó de un tirón el emocionado navegante cósmico una vez enganchado en la masa amorfa. Estaba claro que toda su vida esperó ese momento épico memorable y no estaba dispuesto a que se le arrebataran sus segundos de gloria.
Aquello fue un estallido de júbilo en la Base. Por fin todos los sueños se cumplían, habían hallado vida en el espacio exterior. Ya tenían constancia inequívoca de que no estaban solos.
Su compañero Esper se apresuró para hacer una fotografía y enviarla como prueba contundente de su noticia. De paso mataban dos pájaros de un tiro ya que urgía justificar el extraordinario gasto que representó el proyecto, que llevaba ya más de veinte años- de los suyos- a cargo del erario “púbico” y esa era la ocasión perfecta para callar bocas de forma oportuna y efectiva.
Luego, los dos astronautas tomaron todo tipo de muestras y las acercaron a su nave, abandonando a su suerte el raro cilindro en su vagar espacial.
Analizaron las muestras en el pequeño laboratorio de a bordo, pero no sacaron conclusión alguna ya que eran materias desconocidas para su civilización. La masa roja pegajosa resultó ser un compuesto extraño de células blancas y rojas que se disponían en círculos formando una especie de globos y se movían de un lugar para otro sin sentido lógico. Por otra parte, el cilindro estaba formado por un intrincado bosque de millones de bastoncillos blancos entrecruzados caóticamente y que destacaban por su flexibilidad. Analizaron las muestras de la antena-colgajo y el resultado fue una interminable red de células formando trillones de diminutas celdas que no cobijaban nada.
No se precipitaron, sabían que los expertos de los laboratorios de la Base tendrían trabajo para años, pero su misión había sido un éxito y ya podían iniciar el viaje de regreso como auténticos héroes. Se dispusieron a descansar en sus cubículos, ya que la vuelta sería larga, hasta quedarse dormidos.
Durante los análisis, Zoide tocó sin ser consciente algunas partículas de masa roja pegajosa con la parte más alta de su cráneo ovalado por lo que a su compañero le esperaba una buena sorpresa cuando despertaran, ya que en cuanto se durmió su cuerpo empezó a desarrollarse monstruosamente por momentos adquiriendo un aspecto horrible, humano.
A un tiro de piedra espacial, o sea, a unos tres millones de quilómetros más a la derecha, en ese mismo momento una nave de origen terrestre de reconocimiento rutinario del espacio estelar y tal surcaba el vacío como de costumbre.
—¿Me ha mandado llamar comandante Adams? —preguntó la oficial segunda de vuelo cuando izo entrada en el despacho del responsable de la misión.
—¡Sí, si, adelante! Estoy cansado de decirle que no arroje por el retrete-aspersor sus “tampax”, teniente. Hace cosa de una hora he visto pasar uno por esa ventana y créame, no es uno de mis espectáculos preferidos. No ha venido usted en calidad de propagadora de materia orgánica a lo largo y ancho del espacio infinito, de eso se encargan los cometas. Su misión aquí es otra bien distinta. Espero que no se repita. Puede retirarse teniente Evax.
La teniente se alejó contoneándose; fina y segura.
7 comentarios:
Jajajajajaja. Gracias por avisarme ha valido la pena, me has hecho pasar un estupendo rato.
Ya te he enlazado, así no te me despistas ya.
Saludos y repito, gracias.
Buenísimo. Divertido, sarcástico y lleno de ingenio. Típico de ti.
Saludos,
Entrellat
Que imaginación,es estupendo todo ta n natural y asqueroso que queda realmente bien.
Así es Hermes; hay que darle un buen envoltorio a lo escatológico para ser presentado con dignidad y que encima haga gracia. Si lo he conseguido; ¡misión cumplida por mi parte!
Gracias por comentar.
Fonsilleda:
Gracias por comentar y leer mis relatos.
Entrellat:
Muy honrado por tus escasas pero estimulantes palabras.
Gracias por tu visita y por tu aportación. El nombre suena bien. Ya está en la lista de posibles.
Un saludo!
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