sábado, 2 de mayo de 2009

Volver a empezar




El harapiento anciano arrastra sus pies sobre la arena roja. A cada paso que da, en dirección al grupo que está a la espera, sus dos ayudantes se interesan solícitos por su estado.
El resto de la tribu que habita el desierto, permanece en círculo rodeando la enorme hoguera de la que ya sólo quedan ascuas. Cuando llega hasta ellos, todos se levantan del suelo en señal de respeto, mujeres y niños incluidos, saludando con una leve inclinación de cabeza y posando una de sus manos a la altura del corazón.
“Todo comenzó ─ dice antes de acomodarse, como si tuviera urgencia por transmitir su memoria antes de que sea tarde ─ con fenómenos desconocidos que nadie podía explicar. En el silencio de las noches que antecedieron al caos se escuchaba por todas partes una extraña música, era como el sonido de una orgía de instrumentos de viento que enloquecían los oídos. Parecían venir desde más arriba de las nubes. Con el paso de los días descubrimos desconcertados que era imposible comunicarnos los unos con los otros. No sabíamos porqué razón las personas hablábamos entre sí y no nos entendíamos. Era como si cada uno de nosotros lo hiciera en una lengua distinta y única.
Todos estábamos atemorizados, a la espera. Nadie sabía qué hacer o donde ir, el mundo se había vuelto loco de manera enigmática.
Hasta que tuvimos la señal definitiva que nos abrió los ojos. Un día, comenzaron a aparecer por todas partes extraños jóvenes de edad aproximada a los veinte años. Eran muy semejantes entre ellos: facciones bellas, cuerpos perfectamente proporcionados, cabellos como el oro y piel casi traslúcida.
Los encontrábamos, casi inconscientes, en terrazas de edificios, parques, jardines, playas. Estaban por todas partes y en las mismas condiciones. Había algo que los identificaba a todos ellos; aquellas horribles brechas en la espalda. Era como si les hubieran mutilado algún miembro.
Cuando aparecieron ellos comprendimos que estábamos condenados. Sólo unos pocos privilegiados sobrevivimos a un mundo que moría sin remedio”
Terminado el monólogo se alza desde el suelo y poniéndose en pie con los brazos extendidos hacia un cielo rojo como el fuego anima a los presentes a imitarlo:
“Te damos gracias Hacedor del Universo por permitirnos seguir viviendo en este otro mundo. Prometemos ser fieles al pacto que hicimos contigo de no alterar su armonía, negamos toda evolución ya que sabemos que no es grata a tus ojos, así como agradecemos que nos hayas nombrado tu Pueblo elegido”
Una vez terminada la liturgia de cada noche, el líder se retira a su aposento seguido por el resto, dando por concluido el día. Otro más que agradecer al Hacedor por estar vivos.
Uno de los pequeños se queda rezagado. Su madre va hasta él y descubre horrorizada que el niño ha estado garabateando en la arena algunos signos que semejan caracteres de un extraño alfabeto. Mientras mira a su alrededor, para asegurarse de que nadie lo ha visto, alisa la arena con la planta del pie. Luego le da algún tipo de advertencia acercándose a él hasta rozarle el oído con sus labios.

3 comentarios:

Monelle/Carmen Rosa Signes dijo...

Enigmático e interesante relato, con esos ángeles desangelados del principio, esos seres que de seguro fueron despojados de su divinidad para mezclarse con los hombre y su infinita maldad. Me ha encantado la historia. Felicidades Andrés, cada día me sorprendes más.
Besos.
Carmen

Mony dijo...

Linda Noche!

Hola, soy mexicana, he leído sus relatos y me han encantado!.

Pido permiso para seguirlos y comentarlos.

Saludos

Mony

Margot dijo...

Hola Andres...
El mundo como rueda me ha traido hacia tí.
Yo también naci en Sabadell hace mucho tienpo,me ha gustao ese detalle de procedencia similar, ajajaja.
He leido algunos post y me han gustado, veo qu ers escritor , muy interesante.
Me quedo con esa frase terminando un post...
“Todo aquel que busca la verdad corre el peligro de encontrarla.”
Cierto.
Besos
Margot.