viernes, 20 de febrero de 2009

Un viaje exótico








Vicente y Rubén, amigos desde hace años, de esos que no suelen verse con mucha frecuencia, han coincidido por la ciudad en la que viven. La última vez que se encontraron, hará un par de años, hicieron lo mismo que ahora; acabaron tomando unas cervezas en uno de los concurridos bares del centro. Charlan animadamente poniéndose al corriente uno al otro de sus vidas con todo lujo de detalles.
Yo, testigo indeliberado de su conversación, no pierdo detalle desde la mesa de al lado. Estoy tomando un café y han irrumpido de pronto ocupando una mesa y pidiendo unas consumiciones. No dejo pasar la oportunidad que me brinda el azar, por lo que, disimuladamente, tomo mi bolígrafo de punta fina, abro mi bloc de notas y sin hacer gestos delatores y manteniendo mi posición ajusto bien mis gafas de lectura y me dispongo a escribir al dictado de lo que digan mis dos personajes involuntarios. Intuyo que hay material para uno de mis relatos.
Cuando la charla alcanza un momento álgido comienzan las intimidades y es en ese momento cuando Vicente se atreve a preguntar a Rubén (los nombres los pongo yo) :
─¿Y qué, cómo va lo vuestro?, la última vez que nos vimos, creo recordar que había algún problemilla entre Maite y tú, ¿no es así?
─Sí, sí, no te equivocas. Recuerdo que te comenté el difícil carácter de Maite y lo que influía en nuestra relación, entre nosotros e incluso con el resto de amigos. Te dije que Maite tenía un temperamento retorcido, que era enormemente exigente con todos, que se comportaba de manera muy radical en sus argumentos y eso le hacía perder la confianza de todas las personas con las que solemos alternar; amigos, familia, compañeros de trabajo de ella… ¡En fin, Maite era una persona complicada para la convivencia!
─¿Era? ¿Ahora ya no?─pregunta Vicente curioso.
─Sí, bueno, déjame que te cuente…─responde Rubén algo contrariado por la interrupción─, cualquier comentario subido de tono, en nuestras reuniones de amigos, le ofendía. Cuestionaba todo, nunca estaba de acuerdo con nadie, ¡era imposible confraternizar con ella! Poco a poco estábamos quedándonos solos, discretamente nos daban de lado para evitar situaciones violentas ya que casi siempre, después de un encuentro con Jaime, Pedro y sus esposas volvíamos a casa peleándonos en el coche después de haber tenido una bronca con alguno de ellos por motivos triviales, por cualquier comentario sin ánimo de ofensa. Cada vez que nos juntábamos le decían “que si iba para monja”, o “que parecía una beata victoriana”, que no había para tanto, que fuera un poco más abierta y no censurara tanto con su forma de ser cualquier expresión de contenido picante o erótico. ¡Ahí, ahí era donde más destacaba su absurdo comportamiento! Era oír algo referente al sexo y se ponía frenética. Tanto, que mis amigos empezaron a hacerme bromas: “que si no me dejaba mojar”, “que si también era así conmigo en la intimidad…”todas esas cosas que en el fondo molestan cuando se repiten con demasiada insistencia.
Maite se estaba poniendo insoportable y pasé momentos de duda en aquel tiempo. Pensé en dejarla en muchas ocasiones. Y sí, era cierto; los comentarios de mis amigos no estaban desencaminados. Maite apenas quería saber nada de relaciones sexuales, daba la impresión de que iba en aumento en ella algún tipo de fobia al sexo. Llegó un momento en el que apenas teníamos relaciones íntimas. Yo estaba desesperado, a punto de tirar la toalla, cuando ocurrió algo que cambió radicalmente nuestras vidas.
─¿Maite ha cambiado? ¿Ahora tenéis una buena relación?─ pregunta Vicente indagador.
─Ni te lo imaginas ─ dice Rubén con una sonrisa de oreja a oreja ─, y todo se debe a un viaje de vacaciones conjunto de las tres parejas: Jaime y Ana, Pedro y Julia, Maite y yo.
─¿Viaje a dónde? ¡No iríais a Lourdes!, porque por lo que me das a entender hubo un milagro─.Comenta divertido Vicente mientras alarga su brazo para alcanzar el botellín de cerveza que tiene en la mesa.
─No, nada de vírgenes, todo lo contrario; ¡fuimos a Tailandia!
─¿A Tailandia? No entiendo a donde quieres ir a parar. Soy todo oído, me tienes intrigado, ¡cuenta, cuenta!
─Sí señor, estuvimos en Tailandia hace un par de veranos. Fue idea de Pedro, siempre había tenido curiosidad por viajar a aquel país, lo hablamos un día en su casa y nos calentamos con la idea de hacerlo juntos. Extrañamente para todos Maite no se opuso y de esa manera tan fácil viajamos hasta allí casi de forma improvisada y con pocos días para pensarlo.
Una vez en Bangkok, ya sabes, lo típico; las calles plagadas de gente que vive en las aceras, los tenderetes de comida, la polución tan bestia que hace que los guardias que dirigen el tráfico tengan que llevar mascarilla…Hicimos las excursiones típicas que hace todo el mundo: un safari fotográfico sobre elefantes, estuvimos en el poblado de las mujeres jirafa, y todo eso que suele visitarse, como ir a templos budistas o al triangulo del oro. En fin, ya te lo habrán contado los que han estado allí, ¿no?
─Sí, más o menos lo que hacen todos los turistas que van a Tailandia─.Responde Vicente sin mucho entusiasmo, esperando ver en qué desembocará todo el asunto.
─Bien, después de todo ese corretear de un lado para otro volvimos otra vez a Bangkok. Por cierto, una ciudad insoportablemente caótica, plagada de vehículos, mal oliente, sé que me repito pero es que es algo para verlo, exótica como no te puedes hacer una idea…Bueno, para verla una vez y olvidarte de volver nunca más. Pues bien, correteando por sus calles, creo que fue Pedro, vimos un local en unos bajos donde había unas instalaciones para masajes. Sí, fue Pedro quien dijo: “¿No os apetecería un buen masaje tailandés?” Nadie había pensado en el asunto hasta entonces pero la idea parecía atractiva. Entre el sofocante calor, los viajes y la horrible comida que llevábamos en aquellos siete días, no nos venía mal un masaje oriental de esos que saben hacer ellos con tanta maestría.
Todos dijimos que sí al unísono y nos fuimos para adentro sin pensarlo más. Una vez en el local, vinieron a recibirnos unas chicas encantadoras, con la simpatía natural de aquellos lugares asiáticos, y nos condujeron a una sala llena de camillas separadas con cortinas correderas. Íbamos un poco cohibidos ya que en eso de los masajes éramos todos novatos y por el detalle de que las chicas iban vestidas de forma muy sensual. Llevaban batas cortísimas y muy escotadas y eran extremadamente amables, casi provocadoras en sus guiños y miradas. Los tres amigos nos dirigimos gestos de complicidad, como pensando: “Aquí teníamos que haber venido solos, sin las mujeres”.
El caso es que , medio chapurreando inglés nos enteramos de que había dos formas de recibir el masaje cuando se iba en grupo; cortinas cerradas en intimidad individual o con cortinas abiertas y así vernos unos a otros, no se diera el caso de que alguien sospechara que a alguno le estaban dando algo más que un masaje terapéutico.
─Te sigo, pero no sé que tiene que ver todo esto con la transformación de Maite─. Dice Vicente algo abrumado por la extensa disertación de su amigo, el exceso de detalles que hasta ahora no le han aclarado nada.
─Tranquilo, pide otra cerveza, ¡camarero!─responde Rubén chasqueando los dedos para llamar la atención del empleado─, ponga dos cervezas más─luego prosigue─. Estábamos en el masaje. Una experiencia única, ¡cómo se entrega aquella gente en su trabajo!, te hacen crujir todos los huesos del cuerpo, empiezan por la cabeza hasta llegar a los pies sin dejar un centímetro de tu cuerpo sin tocar, ¡una suavidad…! Estás como flotando…incluso la chica se te sienta encima, en los hombros, y te masajea moviendo la pelvis con lentitud. ¡Una gozada!─ Rubén da otro trago a su cerveza siendo imitado por Vicente que a esas alturas no pierde detalle y tiene que deshacerse el nudo que se le ha hecho en la garganta al recrear en su cabeza la situación libidinosa que se le está explicando─Y ahí fue donde empezó todo.
─¡Qué, qué!─apremia Vicente, ansioso.
─Jaime, que estaba una camilla detrás y encarado hacia mí, me hace un gesto enarcando las cejas y moviendo la cabeza indicándome que mirara a mi espalda. ¿Sabes lo que vi?
─¡Cómo voy a saberlo, Rubén !, no tengo ni puta idea, hombre.
─Maite estaba boca arriba, la chica tailandesa echada sobre ella. Mientras Maite le comía los pezones y le daba lengüetazos, la otra rozaba parsimoniosamente su coño con el de ella; ¡estaban follándose como locas!
─¡No jodas! ¿Y qué hiciste?─Vicente no esperaba eso, y no sabe como reaccionar; si echarse a reír a carcajadas o callarse a la espera del resultado del relato.
─Me levanté de un salto y corrí la cortina de ellas para que no la viera el resto del grupo. Estaba aturdido y no sabía como reaccionar. Luego me vestí y los esperé hasta que salieron todos.
Nos fuimos de allí en silencio, nadie se atrevía a hablar del tema. Fuimos al hotel y nos metimos en nuestra habitación sin decir nada. Yo esperaba que Maite sacara a relucir el asunto, ella esperaba lo mismo de mi parte. Era tan fuerte el caso que nos desbordaba y optamos por hacer como si no hubiera ocurrido nunca.
Así pasamos los días que aún nos quedaban de estancia en Tailandia hasta que volvimos a casa. Una vez de vuelta, hablar de lo sucedido en el local de masajes era inevitable. Fue una conversación larga y compleja pero llegamos a un punto de encuentro satisfactorio para ambas partes.
─¿Decidisteis hacer vidas separadas?─Vicente estaba en ascuas.
─No. Aumentamos la familia─.Dice Rubén después de darse un largo trago.
─¿Un hijo?─ el desconcierto de su amigo no tiene límites.
─¡Nada de eso, de momento! La solución para ambos y que no fue otra cosa que reclamar a la masajista con un contrato de trabajo doméstico. La trajimos aquí, le hicimos papeles y ahora vivimos juntos los tres. Vicente, no puedes ni imaginarte cómo ha cambiado mi vida sexual; se acabaron todos los males, ¡tú sabes lo que es tener dos hembras en la cama todas las noches!
Mis dedos se crispan inesperadamente y el bolígrafo cae sobre el papel en el que ha quedado constancia de toda la conversación. Los dos personajes dirigen una mirada bobalicona al material que hay en mi mesa y luego continúan a lo suyo.
Reclamo la presencia del camarero y pido otro café mientras guardo mis aparejos de trabajo de campo.

1 comentario:

Monelle/Carmen Rosa Signes dijo...

Y tan exótico, lleno de sensualidad este relato se deja leer, te pasea con interés por todo el recorrido, tanto de la conversación como de la historia que maneja la misma cargadita de detalles. Me ha gustado lo sutil de su erotismo, el interés se trasmite. Me ha gustado mucho. Felicidades.
Besos.
Carmen