martes, 19 de agosto de 2008

Amanda (Una suegra extraña)





Sobre todo, a Luís, le irritaba sobremanera la actitud reservada de Amanda; señora de más de setenta años que ejercía de suegra en su hogar y a la cual no le había escuchado pronunciar ni media docena de palabras en los últimos dos años; desde que convivían bajo el mismo techo.
Amanda era de esa clase de ancianas que temen estorbar en la coexistencia con las parejas jóvenes. Por ese motivo procuraba no caer en falta jamás; limpiaba sobre limpio, cocinaba puntualmente las dos comidas diarias, no intervenía nunca en las conversaciones de los otros habitantes de la casa y adoptaba una actitud, en sus escasos momentos de asueto, casi de autismo total.

Era como una sombra que recorría la casa, pero sin hacer ruido alguno. Todo eso enervaba a Luís. A este le hubiera gustado más que hiciera de autentica suegra; entrometida, cizañera y metomentodo; como casi todas las suegras del mundo. No podía soportar el silencio de la anciana, su postura abnegada cuando se sentaba en la butaca del salón, frente al televisor apagado y haciendo ganchillo; la mirada fija en las agujas, los pies juntos y como tratando de ocupar el menor espacio posible para no molestar. A Luís le reventaba aquella actitud- que él creía falsa- de recogimiento. La veía una hipócrita que lo único que buscaba en realidad era que no la largaran a uno de esos asilos donde suelen ir a parar las personas de su edad, aparcadas como chatarra vieja.
Pero nada podía reprocharle en su comportamiento ya que nunca dio motivo alguno. Por el contrario, tenía, tanto él como su esposa Lucía, que agradecerle mucho ya que atendía la casa y al pequeño Carlos de dos años maravillosamente bien, con verdadera pulcritud y entrega.

Todo eso estaba bien, pero no conseguía encontrar en ella ningún asomo de humanidad, todo lo hacía mecánicamente, como se hace cualquier trabajo a cambio de un salario; sin sentimiento. Su sueldo era el tener un hogar donde convivir en familia, pero no dejaba de ser un trueque.
Luís lo había hablado con Lucía en varias ocasiones, pero terminaron por dejar ese tema y acostumbrarse con el tiempo a ese carácter de ella. Lucía no veía el tema como él, ella conseguía en alguna ocasión arrancarle una media sonrisa o tres o cuatro palabras seguidas. En el fondo le enternecía su soledad y aprendió a convivir con ella sin exigirle un cambio en su carácter.

Luís no era tan solidario, en el fondo, detestaba a la “dichosa vieja” y por su cabeza solía rondar con bastante frecuencia la misma pregunta: ¿”cuantos años le quedarán de vida”?
No tardó mucho en desvelarse el enigma. Una mañana en que Luís se preparaba para salir hacia su trabajo, al acudir a la cocina después de su aseo personal, se llevó una sorpresa; su taza de café no estaba sobre el mármol, junto a la encimera. Era la primera vez que la anciana tenía un fallo y no le preparaba el café de la mañana. Alarmado, corrió hasta el cuarto de ella y la encontró boca arriba, las manos entrelazadas sobre el vientre y los ojos completamente abiertos. No respiraba.
Se acercó y pudo comprobar que estaba muerta.

Excitado por el terrible hecho, fue hasta su cuarto, donde Lucía aún dormía, la despertó zarandeándola y le dijo, tratando de que su voz fuera serena y no le provocase un shock:
—Lucía, tienes que venir al cuarto de tu madre…ella está…
—¿Qué madre? —preguntó Lucía alterada.
—Cariño, ¿es que estás medio dormida?, ¡tu madre está…muerta en su cama! —terminó por decir Luís casi gritando.
—¿Estás loco?, ¡querrás decir la tuya!
—¿Cómo que la mía?, ¿qué te ocurre Lucía, quieres despertarte de una vez?
—¡Estoy despierta, coño!, yo no tengo madre…es tu madre; ¡Amanda es “tu” madre, no la “mía”! —respondió Lucía creyendo que Luís había perdido la razón.
—¿La mía?, ¿pero estás loca?, mi madre murió años antes de casarnos.
Se quedaron los dos mirándose fijamente a los ojos, espantados, con la boca abierta como idiotas.
Retrocedieron mentalmente en el tiempo al unísono hasta el primer momento en que la recordaban. Él la encontró en su casa haciendo un caldo en la cocina; su esposa había dicho dos días antes en la clínica donde tuvo al pequeño Carlos: “Ahora es cuando necesito más a mi madre”.
Ella, cuando regresó a su hogar, con el niño en brazos, dio por sentado al encontrarla en su casa que era la madre de Luís.
Se volvieron a mirar horrorizados.
¿Quién era Amanda?


1 comentario:

Monelle/Carmen Rosa Signes dijo...

Triste y muy bella historia. Ese punto que al final despierta la misteriosa procedencia de Amanda, le da al relato un toque de ternura importante. La necesidad de no sentirse solo, de ser útil para alguien, sin importar el quién. Me ha gustado mucho. Felicidades.
Carmen