Un ruido ensordecedor de
puertas metálicas. Puertas de taquilla que se abren y cierran frenéticamente. Voces,
risas y talante de camaradería. Testosterona a raudales, que se puede llegar a
oler, mezclado con el ambiente húmedo y asfixiante de las duchas. Cuerpos
atléticos, jóvenes, algunos aun desnudos, que muestran la preparación física
óptima para el ejercicio duro.
Una corriente de alegría se
palpa en el vestuario en los momentos previos al comienzo de la acción. Cascos
para proteger las partes más vulnerables del rostro y la cabeza. Hombreras contra
los encontronazos. Rodilleras, guantillas y buen calzado para correr con
firmeza sobre el terreno. Todo a punto ya para la salida hacia el encuentro.
-¿Quiénes somos?-Se escucha la
voz desgarrada de alguno de los componentes del equipo.
-¡Los putos amos, los
invencibles rompepelotas!-responden todos a una enérgicamente, mostrando los
dientes y con los ojos desorbitados por la euforia.
A una orden del que los dirige
salen en tromba dispuestos a demostrar quienes son, a no dejarse vencer por el
contrario.
Ninguno de ellos ha olvidado en
la taquilla su preciada porra.
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