Santiago Segura, nuestro director de cine más cachondo, ha conseguido, tras no pocos intentos, entrevistarse con el gran Don Fernando Fernán Gómez por motivos de trabajo.
Santiago, desde hace meses, está dándole vueltas en su cabeza a la disparatada idea de ofrecer al actor el papel de protagonista de su próxima película: “Don Quijote de la Marcha”. Se trata de una versión inédita del famoso caballero adaptada a nuestros días, en la cual las aventuras que éste experimenta se desarrollan en un ambiente nocturno entre personajes variopintos de la “marcha” viciosa madrileña: discotecas, aficionados al botellón, bandas de jóvenes violentos, droga, prostitución, etc., etc. Todo ello, claro está, en el mejor estilo personal de Santiago Segura.
Don Fernando, por fin, le recibe una mañana en el despacho de su propia casa. A través de su secretaria sabe que el director viene a ofrecerle que trabaje en su película, pero no tiene constancia del argumento de la misma ni conoce personalmente a éste.
— ¿Se puede, Don Fernando?
—Adelante, adelante, acomódese usted— son las primeras palabras antes de levantar la mirada de unos documentos que simula leer para aparentar estar ocupado e impresionar al visitante.
—¡Vaya choza, jefe!
— ¿Cómo dice usted?
—Que está bien atrincherado. Ya quisiera yo una casa como ésta— Segura quiere, precipitadamente, romper el hielo y se hace el graciosillo
—¿Es usted el chofer de Don Santiago?— pregunta, sorprendido ante el aspecto poco elegante del recién llegado.
—¿Chofer? Es usted un cachondo, ¿eh?— responde el otro.
—No señor, no lo soy, ni siquiera lo intento. ¿Quién es usted, si puede saberse?
— ¡Santiago! ¡Santiago Segura! ¡El director!
—No me fastidie, no me venga con monsergas de buena mañana, que tengo mucho trabajo y estoy esperando a un señor con una oferta de trabajo que habré de estudiar.
—¡Que no Don Fernando, que soy yo! ¿No me ha visto nunca por televisión? Soy yo; el de Torrente 1 y Torrente 2…
—Usted no es más que un hippie, señor mío. No hay más que verlo: camiseta con idioteces en inglés, melenas, barbas… ¿Pero qué clase de director es usted?, ¡vamos, vamos, quítese de ahí y no me haga perder el tiempo con sandeces!
—Está bien, sé que no soy muy conocido por los actores serios como usted, pero tenga en cuenta que está ante uno de los directores con más éxito de taquilla de este país.
—¡Este país se llama España, no lo olvide!, no voy a consentir que en mi propia casa se ultraje el nombre de la Patria.
—Ese, ese es el Don Fernando que necesito para mi película; digno, enérgico, altivo; con garra…
—¿Qué película?, ¿de qué va el proyecto?, tenga presente que yo no acepto porquerías de esas de clase B, ni marranadas pornográficas. Yo, ante todo, soy un actor culto, metódico. En una palabra: ¡un profesional!
—Eso son dos palabras—dice Santiago por lo bajini con retintín.
—¿Decía usted?— los ojos del viejo actor relampaguean al clavar la mirada en su interlocutor.
—Que sí, que precisamente pensé en usted para hacer el protagonista por sus cualidades; rectitud, energía y experiencia de sobras demostrada en su larga carrera.
—Mire usted, no voy a negar que me incomoda hartamente su aspecto desaliñado, pero visto como está el caótico mundo en el que nos encontramos hoy en día no tengo más remedio que hacer de tripas corazón y una vez expuesta mi total desaprobación por ese hecho, le invito a que se acomode y diga de una vez lo que ha venido a proponerme. Siéntese— le ordena tajante.
—Bueno, ya vamos entendiéndonos, voy a ir directamente al grano: he pensado en hacer una versión moderna de nuestro héroe por excelencia, Don Quijote.
—¡Alto!, no siga, no sabe usted de lo que está hablando. Se lo digo yo, joven. Es más; yo ya hice el Quijote en su momento.
—Si tiene la amabilidad de dejarme continuar…
—¿Ha leído usted la obra?—pregunta inesperadamente el actor.
— ¡Vamos hombre, no me joda! ¿Cómo voy a leer yo el peñazo ese?
—Mal empezamos, yo no trabajo con sacrílegos indocumentados, que lo sepa. Don Quijote es la esencia de la equidad, del sentido común, la justicia y la caballerosidad. Don Quijote es el referente de la nobleza del carácter de nuestra raza, es…
—Bien, bien, no tengo nada en contra de todo eso, pero mi Quijote…
—¿Su Quijote? ¿Qué atroz presunción es esa? ¿Cómo se atreve a adueñarse de nombre tan insigne? ¿De dónde sale tamaña altanería? ¡Su Quijote! ¿Sabe lo que está diciendo? Aquí no hay más Quijote que el mío, mi interpretación es la única hecha con dignidad de la que el mundo tiene constancia, al tratar con el respeto que el personaje literario merece. Todo lo demás no ha sido más que vano intento abortado de emulación. Americanos, franceses, chinos, ¡todos ellos lo intentaron!, convirtiendo al digno héroe en un patético títere que en nada se parecía al original. ¡Yo, sólo yo soy el auténtico Caballero de la triste figura, pese a quien pese! Tenga eso presente siempre y piense antes de hablar lo que va a decir si no quiere incurrir en falta grabe. Ustedes, los jóvenes de ahora, no respetan nada.
—¡Cómo está el patio…!—suspira paciente Santiago—La trama, como le iba a decir antes, se desarrolla en el mundo actual, en nuestros días, y el personaje, acompañado de su fiel Sancho interpretado por Florentino Fernández, va deshaciendo entuertos y administrando justicia a troche y moche por la movida nocturna. Se ve obligado a entrar en bares y discotecas, desarticula bandas de narcotraficantes, salva a jovencitas ligeras de cascos de sus violadores, en fin…lo mismo que hacía el Hidalgo en otros tiempos, pero adaptado a los nuestros, por lo que el título de la película será: “Don Quijote de la Marcha”. El argumento es el mismo, pero ubicado en otra época, ¿entiende de lo que va el rollo?; la marcha nocturna de los jóvenes y todo eso.
—¿Me toma por un ignorante?
—No.
—Pues lo parece. ¿Me está diciendo que un hombre a caballo y otro en un asno van a luchar contra toda esa caterva de hippies que infectan las calles hoy en día?
—Bueno…haremos algunos cambios, verá; Rocinante y el burro ya no son necesarios, vamos a subir a los personajes a lomos de una Harley y una Vespino. Luego está también lo del vocabulario. Como comprenderá, nuestro héroe no puede ir enfrentándose por ahí con gente de esa calaña soltando aquello de: “¡non fullades, malandrín, follón!
—¿Es que se puede decir de otro modo?— replica Don Fernando desconcertado.
—¡Hombre, pues claro!, en los tiempos que corren hay expresiones de más actualidad y que conectan mejor con el gran público.
—¿Cómo por ejemplo?— inquiere exasperado el actor.
—Ya veo que no está en la onda, jefe. Por ejemplo: ¡no huyáis hijos de puta, que os voy a cortar los güevos!
—¡Fuera, fuera de aquí ahora mismo!— su habitual ira estalla como es de esperar, su fiel compañero el bastón se alza amenazador por primera vez—¡Ya sabía yo que nada podía esperar de semejante esperpento!
¿Dónde están los directores de antaño, respetuosos con los actores, comprometidos en su labor de divulgación de la riqueza de nuestro patrimonio cultural? ¿Qué se ha hecho de las exquisitas maneras al tratar de dar vida en la pantalla a los clásicos que monstruos como Cervantes nos legaron a la posteridad? ¿Drogas, prostitución, depravación, ligadas al sublime Hidalgo en una degenerada visión de un enfermo director? ¡Nunca! ¿Lo oye? ¡Nunca aceptaría, vive Dios, prestarme a semejante herejía!, antes me enfrentara sin yelmo, espada ni Rocinante al malvado Fierabrás o al mismísimo encantador Morgano, que sucumbir a su intento de destruir la memoria de tan digno caballero.
—Espere, no se me cabree, hablemos de su caché…
—¡Atrás villano!—Don Fernando blande el bastón como si de una espada se tratara—No me tientes con el vil metal, hay cosas en este mundo que sobrepasan con creces la levedad e intranscendencia de lo material. La dignidad no tiene un precio, es un don que se nos da gratuitamente y siendo el más preciado no se puede prescindir de él por dinero. No me interesa otra oferta que la de hacer justicia y eso es lo que voy a hacer en este caso.
Al decir esto, Don Fernando arremete con su arma buscando el espacio sin cabello de Santiago en lo más alto de su cráneo. Aunque gordo en exceso, el director está ágil dada su juventud, comparado con su oponente, claro, por lo que esquiva el golpe con facilidad. Don Fernando, llevado por el impulso del bastonazo errado en su objetivo, cae hacia delante perdiendo el equilibrio y dando de bruces en el suelo enmoquetado.
—¡Maravilloso!, ¡fantástico!, ¡qué arte!, ¡qué genio es el tío!, una actuación de un par de cojones ¡Si señor! ¿Lo tenéis?—Dice al grupo de técnicos que, desde la estancia contigua al despacho, están filmando todo lo que acontece. —¿Habéis hecho esta toma del ataque?, bien, buen material, esto es una bomba para los medios. Lo tenemos trincado por los “güevos”, colegas.
—¿Qué invento es este?—interroga el anciano al descubrir el aparatoso equipo infiltrado en su casa— ¡Apaguen eso, salgan inmediatamente de aquí o…!
—Tranqui, abuelo— responde el director desde el sillón del despacho donde se ha arrellanado cómodamente—, vamos a tranquilizarnos y a hablar de negocios. La cosa está clara: tenemos suficiente material como para que media España se parta el culo de la risa—aquí adquiere la forma de hablar de su personaje más pintoresco, Torrente—. Ya te pasó otra vez, ¿recuerdas? Si hombre, cuando mandaste a la mierda a aquel pobre admirador tuyo, ¿lo pillas abuelete? Como me toques más los cataplines con tus payasadas, se lo mando todo a Tele 5 y se están cachondeando de tí tres años, ¿vale? Así que tú verás; o hacemos la peliculilla, o te comes el marrón. Tú decides. ¡Hay que joderse con el abuelo, no se le levanta, pero tiene güevos!, si no me espabilo y lo esquivo me parte los cuernos el muy cabrito. ¡Animo, arriba que no tenemos todo el día!
Don Fernando, en contra de lo que pudiera esperarse de un anciano achacoso como él, se levanta casi de un salto movido por la energía que su conocida ira genera, y es tal la fuerza con la que embiste a Segura al saltar sobre la mesa de despacho, que su oponente solo tiene tiempo de extender los brazos para amortiguar el encontronazo con el cuerpo que se le viene encima. Después del choque, que hace que el director se golpee contra la pared fuertemente en la cabeza, el actor se dirige hasta un armero de donde extrae una pesada espada, réplica de la usada por el famoso caballero, y se enfrenta con valentía al resto del equipo de filmación que, cumpliendo con su trabajo, no dejan un instante de registrar con sus cámaras el altercado, para decirles:
—¡Vosotros, engendros creados para mi desasosiego por el inigualable en maldad mago Morgano!, vosotros habréis de expiar vuestra falta al irrumpir en mi hacienda, ávidos de mi sangre, más no se diera jamás en andanza de caballero alguno masacre de tal calibre como aquesta que aquí sucediere. Monstruos de un solo ojo—en referencia a las cámaras que le observan—, que no os permiten verme en mi totalidad debido a tamaña tara con la que fuisteis creados, ya que no veis si no la mitad que otro humano, y es esa la ventaja de la que soy poseedor para infligiros mayor daño y aniquilar de uno en uno a todos vosotros. ¡Ah, pérfido Morgano que en tus repugnantes aposentos retienes a mi sin par en belleza Dulcinea del Toboso secuestrada, pronto ha de llegar hasta ti la furia de este caballero andante y arrancarte he el fétido corazón que tu pecho alberga. Júrome a mi mismo que no he de tomar descanso hasta conseguir que te postres ante ella y rindas pleitesía, demandes perdón e implores clemencia antes de expirar atravesado por esta mi fiel espada.
Don Fernando, transmutado en el verdadero Don Quijote, llena con su voz ronca y potente toda la casa. Santiago, por otra parte, perdona el enorme chichón de su cabeza ante la satisfacción del deber cumplido. Está obteniendo una de las mejores secuencias de su película gratuitamente y con una interpretación, por parte del actor, inmejorable.
Afortunadamente la demencia transitoria de Don Fernando hace que sus golpes no sean certeros, por lo que no hay que lamentar bajas. Los técnicos esquivan fácilmente las arremetidas del arma y registran todo al detalle desde diferentes ángulos, así como un micrófono aéreo se bambolea por encima de la cabeza del actor siguiendo sus evoluciones por la estancia y dejando constancia de su discurso.
“¡Corten!”, ordena Segura.”Por hoy es suficiente, vámonos de aquí antes de que este energúmeno nos abra la cabeza a alguno de nosotros”. Luego se gira hacia el caballero andante y poniendo los dedos de su mano derecha en forma de cuernos le dice rememorando una escena de Torrente: “Vais, vais…” El aguerrido actor para en seco, deja caer sus brazos, la espada queda clavada en el parquet que hay por debajo de la moqueta y adopta un gesto desvalido; los ojos entornados y la boca entreabierta. Está agotado por el esfuerzo, exagerado para su edad, al que durante minutos ha estado entregado con rabia.
—Bueno, vejete—le dice el irreverente director—, ya tenemos la primera toma, mañana seguimos con el trabajito si te encuentras en forma ¡Que no veas como atizas cuando te cabreas!
—¡Váyase a la mierda!
—¡Si es que lo sabía! ¿Lo habéis tomado?— los técnicos asienten con un gesto— ¡Es que no escarmienta el jodido! ¡Venga coleguilla, no te mosquees hombre! ¿Nos hacemos unas pajillas y quedamos como amiguetes?— de nuevo haciendo referencia al sujeto Torrente.
Tienen que salir por piernas, porque esta vez el ataque es de órdago por la indignación que produce el comentario final de Santiago.
—¡Non fullades, malandrín, follón!— dice Don Fernando, espada en mano, mientras los corre por el pasillo que da a la puerta de salida.
7 comentarios:
Muy bueno, muy bueno! ¡Genial! Un abrazo
Situación estrambótica y delirante, vaya dos han ido a juntarse, lo antiguo y lo moderno, las formas y las antiformas, el caballero andante y el aprobechado traidor.
Al leerlo me parecía que lo estaba viendo, muy logrados los cuatro personajes: Fernando, Santiago, Torrente y un Don Quijote versión Fernan Gómez, que por cierto, des de hace casi una década ya se empieza a confundir con Gándalf del Señor de los anillos y sus versiones cómicas de Cruz y Raya.
¡¡¡Saludos!!!
Alma:
Gracias por tu visita y comentario.
Un abrazo.
Lluís:
Gracias por comentar.
Un abrazo.
rnvorldHola amigo, he pasado a saludarte y visitar tu bonito y ameno blog donde pasar un buen rato es muy fácil debido a tus interesantes escritos.
Quiero agradecer tu visita al mio y que te hallas quedado como amigo espero verte por el siempre que puedas y te apetezca. Yo haré lo mismo con el tuyo.
Un saludo.
Curioso, bien curioso, mientras leía me ha sido más fácil imaginar a don Fernando (al que veía tal cual), recto, severo, geniudo, malencarado a veces, distante..., que al propio Santiago. Pero, claro, Segura es grande, pero Fernán Gómez era inmenso ¿no? Me ha encantado tu relato, lo he disfrutado a conciencia y no es tan estranbótico como de primera impresión pudiera parecer.
De haber surgido una situación igual, me resulta fácil imaginar un desarrollo así.
Aplausos.
Fonsilleda:
Gracias por visitarme y comentar.
Saludos cordiales.
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