jueves, 12 de noviembre de 2009

La SGAE y los barberos guerreros







Fotografía propiedad del autor




Eusebio, barbero de un barrio de L´Hospitalet, estaba atendiendo tranquilamente a su clientela. Hablaban de fútbol, de las páginas centrales de Interviú, de los programas basura de las televisiones… ¡De lo humano y lo divino, vaya!, cuando de pronto se abrió la puerta bruscamente y apareció un personaje maletín en mano. ¡Oh Dios, era un inspector de la ESGAE! ¡Quietos Todos!
El hombrecillo peinaba cuatro pelos grasientos atravesados de oreja a oreja, aplastados sobre una superficie craneal deslumbrante; como de acero inoxidable. Vestía un raído traje que alguna vez fue marrón oscuro y adornaba el final de sus extremidades inferiores con un par de náuticas con suela de tocino. Sobre sus exiguos hombros soportaba, a modo de mantilla hecha a ganchillo, una superficie nevada de rancia caspa que contrastaba en color con el negro escarabajo, de bote, con el que ridiculizaba un bigote al más puro estilo de Aznar en tiempos de oposición a Felipe González. Sí, aquél mostachillo no más grande que el que se necesita para cubrir el pubis de una muñeca de Famosa; ese que tanto se comparaba al de Hitler o al de Chaplin en “El gran dictador”.
El viscoso visitante, después de dejar una hedionda estela tras de sí en el recorrido desde la puerta de entrada hasta el sillón en el que Eusebio, el barbero, trabajaba en ese momento, se plantó ante él y dijo:
—M-me temo que voy a t-tener que abrirle un expediente, s-señor.
—¿Cómo dice usted?—Eusebio no comprendió a la primera.
—Q-que le decía q-que le voy a empapelar, amigo.
—¿Qué me va usted a qué? Oiga, ¿de qué se trata?, ¿viene a vender algo?, si es así diga lo que tenga que decir que estoy muy atareado.
—U-usted no me ha e-entendido caballero. Mire—. Al decir eso puso delante de las narices del barbero un carnet con manchas de sobrasada donde, agudizando mucho la vista, se podía leer ESGAE—, soy i-inspector de esta entidad y he e-entrado a su es-establecimiento alertado p-por la música que se e-escucha desde la calle.
—¿Ha entrado aquí a escuchar mi música?—pregunta Eusebio muy mosqueado.
—¡De s-suya nada, caballero! Usted no t-tiene contrato con la ESGAE que le permita, previo p-pago, exhibir música con derecho de autor en s-su establecimiento, por lo que m-me veo obligado a tomar n-nota.
—¿Nota? ¡Se va a ir a tomar por culo! ¿Pero de qué me habla usted?, ¿me está diciendo que para tener la radio en marcha he de pagar a la cosa esa de la “escae”?, ¿y eso qué es? ¿Y quién son ustedes para decirme lo que debo o no escuchar en mi local?—Eusebio estaba indignado y gesticulaba peligrosamente con sus manos sin soltar la navaja barbera. El inspector le había sorprendido en pleno afeitado a un cliente.
—E-es lo que hay; o firma un contrato con nosotros y p-paga o se acaba la música en su negocio. No o-obstante he de imponerle una s-sanción por el hecho de beneficiarse, con fines l-lucrativos, de algo por lo que u-usted no paga cuota mensual a quien corresponde.
—¡Largo, largo de aquí con la música a otra parte, sinvergüenza! ¿Está loco? ¡Esa radio lleva ahí más de treinta años y jamás he pagado a nadie ni cobrado por escucharla!
—M-más a mi favor, se le va a caer el pelo—. Dijo amenazadoramente el inspector.
—¡Fuera de aquí ahora mismo, a mí no me toma el pelo nadie!—respondió el barbero con indignación y peligrosamente armado.
—Sabrá usted d-de mí, no lo dude—. Terminó por decir el hombrecillo mientras guardaba sus papeles y se ajustaba las lentes con el dedo índice para evitar que se resbalaran hasta la punta de la nariz por efecto de la sudoración que comenzaba a hacer acto de presencia en su frente. Salió furioso a la calle dando un estrepitoso portazo y dejando una sensación clara en los presentes de futura revancha.

Al día siguiente era el tema estrella en la Barbería. Solo se hablaba del asunto entre la clientela y el propietario. Uno de sus parroquianos, con mano en Tv3, lo puso en conocimiento de un colega reportero y por la tarde este se personó, acompañado de un cámara, en el establecimiento. Eusebio fue entrevistado y por la noche, en los informativos ,ocupó un espacio como hecho curioso y poco habitual que llamaba la atención.
La noticia se reflejó al día siguiente en casi todos los periódicos y como un reguero de pólvora tuvo eco a nivel popular. Automáticamente comenzaron a funcionar los foros en Internet. No era una noticia como para ser cabecera pero caló popularmente por la indignación que representa el abuso de esa inclasificable entidad para con los usuarios. “A esta gente se le está yendo la mano, se meten clandestinamente en bodas, bautizos y comuniones”—. Decían unos. “Ahora les ha dado por las peluquerías, ¿qué será lo siguiente?”—Se preguntaban otros indignados.

En Sabadell, en uno de sus barrios denominado “La Creu”, hay otro hombre que se dedica al mismo oficio. Se llama Fabián. En esos días en que la noticia se está difundiendo aún, y en un alto en su faena, lee el diario “Público”. Lo deja a un lado apoyado en el revistero, se levanta de una de las sillas de espera y va hasta el teléfono. Marca un número y al instante le contestan:
─¿Qué quieres papá?
—Hola Raúl, ¿puedes pasar esta tarde ¿ quería que me hicieras un trabajito en la radio de la peluquería.
—¿No funciona?
—Perfectamente.
—¿Entonces?
—Quiero que me la estropees.
—¿Qué?, ya estás con alguna de las tuyas papá, ¿cómo que te la estropee? No te entiendo.
—Ya te lo explicaré, ¿vale?
—De acuerdo, hasta luego.

Cuando Raúl llega por la tarde su padre le explica el plan.
Raúl es técnico electrónico, ha de abrir el aparato y provocarle una pequeña avería que haga que la radio no sintonice ninguna emisora. Luego él lo llevará a un taller autorizado de la marca Pioneer para repararlo, pero pidiendo que le hagan un presupuesto antes. Una semana después acudirá al servicio técnico y pedirá que le muestren el resultado de la peritación, el tipo de avería y el coste final de la reparación. Valga esta lo que valga dirá que no le sale a cuenta arreglar el aparato. Inmediatamente el empleado le advertirá de que está perfectamente en su derecho de no repararlo pero que tiene que hacer efectivo el importe que ha generado el presupuesto tras la observación de un técnico. Eso es justo lo que él quiere: accederá de buen grado a satisfacer la cantidad exigida, recibirá un informe con el tipo de avería, importe y fecha.
Una vez en su establecimiento pedirá a su hijo que restaure la anomalía provocada para que la radio vuelva a funcionar correctamente.
El siguiente paso es ir hasta el ordenador y hacer un rótulo de letra bien visible que diga:
“Terminantemente prohibida la entrada en este establecimiento a inspectores de la ESGAE. Si alguno tiene interés en dirigirse al propietario deberá llamar y esperar a ser atendido en la calle”. A continuación colocarlo en la cristalera que da al exterior y una vez puesto el cebo esperar a que pique el pez.
Así lo hace y pocos días después, incitado por el atrevido rótulo, una vez que se propaga por la ciudad la advertencia del barbero, un pardillo destinado en esa zona no tarda en aparecer con ánimo de “empapelamiento” a discreción.
Hay un buen rifirrafe de improperios por ambos frentes, un toma y daca entre inspector y barbero que se zanja con el inevitable cruce de amenazas de llevarse uno a otro ante los tribunales.
La última fase del plan es llamar de nuevo a Raúl para que ponga el sintonizador de radio en la situación de avería anterior ya que su padre sabe que habrá nuevas visitas para confirmar el hecho de que en ese local hay música de no pago. El barbero sabe que vendrán otros de incógnito para pillarlo infraganti, pero él tiene el documento que acredita que ese receptor lleva sin funcionar desde hace ya casi un mes, mucho antes de la primera visita.
El pulso está echado y a Fabián le gustan los retos.
Ahora la ESGAE tiene que demostrar lo indemostrable.
Fabián se plantea, cuando termine el contencioso, demandarles por atropello, insidias, calumnia, abuso de autoridad, por molestar a su clientela…por lo que sea. Ya verá lo que decide, pero lo que es seguro es que las espadas están en alto.

4 comentarios:

fonsilleda dijo...

Aparte de aplaudir el retrato que haces del primer inspector del ESGAE y rogar para que no queden muchos tipos así (lo he visto, sufrido y olido), suscribo totalmente lo que dice Manel.
Me ha encantado el tono de humor para algo que, analizado, no lo tiene en absoluto.
Y, agradecerte además la información ya que no tenía ni idea de que comenzara el ataque a las peluquerías.
De locos.

apm dijo...

Andrés, muy pero que muy divertido tu relato, lo triste es que la realidad supera a la ficción y con creces, y mientras los de la SGAE cual atracadores a mano armada y con total impunidad bajo cobijo de -tenemos que proteger los derechos de autor-, hay situaciones -al igual que la de tu barbero-, absolutamente kafkianas !de ridiculez total, autentico subrealismo grotesco!

Un besote

Carmen Rosa Signes dijo...

Por suerte vivimos en el país de la picaresca, y tan pícaros que se creen ellos queriéndose enriquecer a costa del trabajo de los demás, les va a salir, al menos por mi parte así lo creo, el tiro por la culata. Muy bueno Andrés.
Besos.
Carmen

HERMES dijo...

También entra la jodida ESGAE en las iglesias,pregunto, o no se atreven.