La luz del comedor permanece estratégicamente apagada, la cortina de la puerta que da al balcón, echada. Anabel y Sandra, esposa e hija de Samuel duermen desde hace ya más de tres horas.
Samuel, agazapado tras la cortina, agachado sin saber bien el porqué de esa postura, otea la calle desde su segundo piso.
El barrio está desierto a esas horas. Son las tres y media de la madrugada pero él no tiene sueño, la intranquilidad que le domina desde hace dos días le tiene en un estado de alerta y en una excitación que no le permite echarse a descansar ni un minuto
“Sé que tarde o temprano vendréis a visitarme, aquí os espero para daros lo que merecéis. Esta vez no me pillareis desprevenido”, murmura en voz muy baja, entre dientes, para no despertar a su familia.
Samuel está preparado, le acompaña su vieja escopeta de caza con dos cartuchos en la recámara. No quiere sorpresas, por lo que esta vez se adelantará él a los visitantes y les dará un buen escarmiento.
Pasan las interminables horas y el centinela no pierde de vista un solo segundo la zona. De momento no hay movimiento alguno. Tal vez esta noche hayan decidido dejarlo tranquilo y no aparezcan sus enemigos.
Como tiene los cinco sentidos alertas, un leve zumbido le hace dar un respingo, “¡Ya están aquí!”. Descorre la cortina de un manotazo, luego la puerta del balcón y sale al exterior como una exhalación; los ojos pegados a los cañones del arma.
Una bandada de palomas que en ese momento cruza la calle, a la altura justa de la mirilla de la escopeta, se asusta por sus movimientos bruscos y, como a una orden dada, bajan en picado como una sola en dirección a la calzada.
La escopeta de Samuel sigue con sus dos ojos bien vigilantes la trayectoria descendente del vuelo y automáticamente vomita fuego.
El tiro ha sido fallido, los nervios han podido con Samuel. No ha sabido actuar con templanza, esperar el momento, apuntar con precisión y luego, ya seguro de no errar, disparar con decisión.
Las palomas se dispersan en desbandada hacia los cuatro puntos cardinales. Ninguna ha sido herida.
Después de la detonación, que despierta a medio barrio, Samuel mira hacia abajo y rompe a llorar como un niño; ha destrozado de dos cartuchazos el capó, la luneta, el retrovisor y el techo solar de su recientísimo estrenado Opel Astra estacionado bajo su vivienda.
¡Malditas, no conformes con cagaros en él, ahora me lo habéis destrozado!, grita impotente aferrado a la barandilla del balcón mientras su esposa e hija acuden espantadas.
Abajo solo se escucha una lastimera letanía de auxilio: ¡cuic, cuic, cuic, cuic...!
7 comentarios:
Personajes con muchos traumas esta llena la ciudad las veinticuatro horas del día,menos mal que este espera la madrugada ,me hace pensar que cuentas un breve relato de un cazador de barrio enfermo de pronostico severo.Que bien te conoces la sociedad,pero no a las palomas,bueno Andres ya te lo explicare.
La civilización es lo que tiene, tan pronto te colma de adelantos que te satisfacen que, como consecuencia de ella, pululan animales raros que se multiplican y estorban y ni miran en que lugares desalojar sus inmundicias. Mientras los coches nuevos, sufren las consecuencias y las locuras de sus dueños.
Gracias por la sonrisa.
jajaja. brillante trabajo, para nada se nme ha ocurrido pensar en ese final mientras leía. Muy bueno, me has mantenido a la expectativa y me has sorprendido con el final. ¡Aplausosssss para tí! Un abrazo
Muy bueno el relato, me llevaste hasta el final totalmente intrigado y no esperaba que los enemigos fueran las palomas, pero sí, tienes razón, eso puede ocurrir con palomas o con gaviotas que son peores.
Me gustó mucho tu relato, leí también los otros y no sabría decir cual me gusta más, está muy bien todo el blog y si me lo permites, volveré más veces.
Muchas gracias por la visita y por tu comentario en el mío.
Un cordial saludo.
Me has tenido sobrecogida hasta el final, no podía ni imaginar como acababa la historia, te felicito de corazón porque me has atrapado con ella
Un abrazo
Stella
Stella:
Gracias por tu comentario, anima a mejorar en esto de la escritura.
Un abrazo.
Por un momento pensé que iba a matar a alguien. Menos mal que no ha sido así. Lo malo es que al final él ha sido el único perjudicado. Pobre hombre en su locura.
Besos.
Carmen
Publicar un comentario