Salvador, apoyado en la ventana de su dormitorio, se deja embriagar por el azul intenso del agua que, con furia moderada, golpea incansable las rocas de la pequeña cala que hay frente a él. Su cuarto es el más alegre de la casa, soleado y con vista al mar Mediterráneo.
El lugar es un rincón paradisíaco de la Costa Brava, Port Lligat. En esa misma ventana, tiempo atrás, inmortalizó a su hermana en un hermoso lienzo pintado al óleo. Con aquella pintura se confirmó como el futuro gran artista que luego fuera. Las formas mórbidas de los glúteos de su hermana entraban directos por la retina del observador despertándole secretos deseos. Las transparencias del vestido, la luz que se adivinaba fuera de la estancia, lo convirtió en un cuadro que serviría de referencia a los observadores para entrar en la complejidad de su pensamiento surrealista, adivinando en parte las inquietudes o debilidades del autor.
Salvador, extasiado en la contemplación de uno de sus paisajes favoritos, no sabe de la llegada de su madre hasta notar el contacto de la mano de ella en la espalda.
—¿Qué quiere, madre? —dice sin cambiar su postura.
—Quisiera hablar contigo, hijo. Me tienes preocupada y hay algo que debo decirte —un aire de aflicción vela el rostro de la madre.
—¿Otra vez con la misma monserga? Sé lo que me va a decir y quiero que sepa que está equivocada. Están todos equivocados. No es lo que imaginan. En serio, créame.
Sus palabras no corresponden a lo que se dibuja en su mente al mismo tiempo que habla:
“Fabulosos elefantes con patas de araña se dirigen en formación hacia un aciago destino transportando en sus lomos la carga flotante de la culpa”.
—Estaríamos, tu padre y yo, y tu hermana y todos los conocidos, más tranquilos si le dijeras a tu amigo que se marche. Lleva tres meses aquí y la gente ya empieza a cuchichear a nuestras espaldas. Somos la comidilla de todo Cadaqués. En Figueras no se habla de otra cosa, ya sabes; “que si siempre vais juntos a todas partes, que si el chico es muy guapo…” ¿No lo entiendes, hijo? Yo confío en ti, pero “aparte de serlo, también hay que aparentarlo”. Las murmuraciones no aportan otra cosa que inquietud y malestar, no tenemos necesidad de eso. Tu padre tiene una reputación que cuidar y todo esto no le beneficia en nada.
—Madre, él es un artista como yo. Un refinado poeta lleno de sensibilidad y conocimiento profundo del alma humana. Tenemos muchas afinidades. Nos comprendemos maravillosamente. Por aquí no hay gente con la que pueda compartir mis inquietudes, con la que discutir sobre temas existenciales. Temas de mi interés como son el arte, la literatura o la filosofía. Es una persona enormemente culta, de la que me siento tan cerca como lejos del hermano que perdí hace años. Él llena ese vacío que dejó en mí al desaparecer. ¿Por qué tengo que renunciar a su amistad por acallar las murmuraciones infundadas de toda esa turba de gente sin sensibilidad? —responde Salvador enfrentándose a su madre. Sus ojos chispean extrañamente y su postura es arrogante. Lacios los cabellos, caen por su rostro dándole un aspecto salvaje y divino a la vez.
De nuevo en su mente se recrean extrañas escenas:
“Canibalismo. Dos hombres se alimentan mutuamente en un ritual en el que se mezclan el placer, el desgaste, la decadencia y la muerte.”
—Hijo, desde que llegó él, incluso tienes abandonada a esa muchacha francesa tan cariñosa con la que mantenías una relación muy bonita y que tanto me complacía. Sé que no tanto a tu padre, por tratarse de una mujer casada. Pero, aún así, ambos lo preferimos —insiste la madre en el afán de que su hijo vuelva a la sensatez y el orden establecido.
—¡A mi padre no le complace nunca nada de lo que yo haga! ¡No me hables de mi padre si no quieres que se acabe la conversación! —dice espoleado por la rabia que le produce la reprobación demostrada de su progenitor y que tantas inseguridades y angustia le provocaron desde su niñez.
Aquí se reaviva la febril imaginación del artista, aún más si cabe:
“Un Lenin con sombrero, en calzoncillos y de figura que se prolonga hasta apoyarse en una muleta, pisa nueces en representación inequívoca de reproche a los planes de su hijo Salvador”
—Está bien, no te enojes. Algún día haréis las paces y volverá la armonía a esta casa. Por favor —implora su madre —, piénsalo hijo. Tu amigo tiene su familia y seguro que ya estará deseando verlo de nuevo. Dile que el verano próximo puede venir otra vez a pasar unos días, pero que ahora sería conveniente que volviera a su hogar.
Después sale del dormitorio con la seguridad de que el asunto está zanjado y no tendrá que recurrir a la violenta situación de mostrarle el pequeño fajo de cartas que ha encontrado registrando sus cosas.
“Granada está tan lejos…”—dice él en un suspiro mientras retorna su mirada hacia la cala. Las olas, ahora más violentas, depositan sobre la roca espumarajos blancos, pero en su cabeza aparecen relojes blandos que cuelgan por todas partes como quesos de camembert derretidos.
Andrés Hernández-6-6-2009
10 comentarios:
Enhorabuena Andrés, me ha gustado perderme de tu mano, por los vericuetos de la mente de este gran artista, y sentir en primera persona los rechazos que tuvo que soportar por los que amaba, primero, e intuir los futuros con el resto de esta sociedad que siempre juzga sin conocer. Bello texto, muy visual como a mi me gustan. Me encantaron sus visiones.
Besos.
Carmen
Monelle/Carmen
Gracias por tu aportación, siempre valorada por mí.
Es curioso, a veces parece que vivo en un mundo aparte. Ayer me enteré que han hecho una película sobre Dalí y Lorca y ahora da la sensación de que he aprovechado el oportunismo para hacer este relato.
Tal vez me plantee el hacer una demanda millonaria, al director de la película, por plagio.
¿Cuánto podría sacarle?
Besos.
Gracias Fran
Alentadoras palabras. Me alegra que te haya gustado.Precisamente era eso lo que quería reflejar y creí que la mejor manera sería mediante un diálogo con su madre.
Un abrazo.
Bonito homenaje a un protagonista que está presente en todo momento pero que, ni se nombra, ni siquiera osa decir algo. Quizá en aquellos momentos ya supiera que su condición le llevaría hacia su destino fatal.
La escena no es surrealista, duele precisamente por lo que tiene de posiblidad.
Me ha encantando.
Bicos.
Vaya Andrés, me ha encantao esa perturbadora ambiguedad, me han gustado muchísimo los cuatro relatos en homenaje a Federico: el de Manel, muy realista, el de Fran Rueda, desde la visión de un muerto, el de Monelle desde la creación cubana de la casada infiel, y éste tuyo que, de todos, es el que más me ha gustado (sin desmerecer a los de tus otros compis de homenaje, que todos están fantásticos y son exquisitos). Éste, me ha gustado porque he podido ver perfectamente a ese Dalí joven ya cincelado plenamente como subrealista -genio y figura siempre, ante todo- hablando con su madre en su casa de Cadaqués, junto al mar... hablando de él, de Federico, de ese famosísimo verano juntos que tanto dió que hablar por el entorno... puedo imaginarme perfectamente a la madre en esos diálogos de pura madre, setenta años después, esos diálogos perfectamente pueden reproducirse, en los mismos términos, sin cambiar una coma, ya me entiendes... si yo hubiera tenido invitado en mi casa a Federico, ahora o setenta años atrás, o aún setecientos, lo habría mimado como oro en paño... pero es que yo, soy lorquiana hasta la médula
Un besote y de los gordos
Creía haber dejado un comentario a tu texto,pues recuerdo haberlo leído, pero seguro que me traicionó la intención, o la conexión a internet, que muchas veces se me queda emparrado jeje y luego se me pasó
A mi me parece delicioso, este punto de vista, la originalidad de plasmar ese instante, es muy buena. Me ha gustado mucho, aporta un enfoque distinto y novedoso al juego.
Felicidades.
Besos.
Carmen
Precioso homenaje el que le habéis hecho...
Un abrazo!!
(compañero de Manel, trabaja en Trend Micro)
Presioso, Andrés, solo sobra la h de armonía.
Mariano:
Gracias por leer y comentar. También por el aviso, ya corregido, de mi desliz inarmónico.
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